Lo que pasó después (Extra)

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Se hubiese quedado en aquella playa escondida, mecido por el sonido de las olas, con él, todo el tiempo del mundo; se hubiese inventado una vida allí y, si eso no hubiese sido posible, se hubiese conformado con un rato más fingiendo que todo estaba bien.

El recuerdo se resquebrajó de golpe. Recuperó el sentido, consciente del peso de su propio cuerpo, la gravedad que le empujaba hacia abajo, las heridas que cargaba, de las balas dentro de él; su propio dolor le provocaba nauseas, la boca le sabía a sangre. Zoro. La imagen del peliverde le vino en un fogonazo: Iba hacia él, corría en posición de ataque, sujetaba sus espadas dispuesto contra Doflamingo.

Abrió los ojos, aterrado, intentó incorporarse. El dolor alrededor de su torso le atravesaba, las balas seguían en su cuerpo. No podía, sus muñecas estaban esposadas en los brazos de un asiento, le arrebataban las fuerzas. Piedra marina. Alzó la cabeza, el respaldo tenía forma de corazón. ¿Dónde estaba?

Una mano le agarró el cuello, lo retuvo contra el asiento. Oyó su risa entre dientes, con un sadismo que se arrastraba. Le acarició el mentón con el alargado pulgar, le susurró con una dulzura amenazante:

–Tranquilo, Law, aún queda mucho de este juego.

Vio la sonrisa del asesino de Cora, sus ojos a través de sus gafas.


Semanas más tarde...


Despertó de aquella pesadilla con una bocanada ronca, bañado en un sudor frío. Su pecho subía y bajaba histérico. Vigiló su entorno, se encontraba en su camarote, en su submarino. Echó la mirada al otro lado de la cama, vacío; estaba completamente solo, resguardado entre esas cuatro paredes.

Dio otra bocanada con la que permitió que se le humedecieran los ojos. En un sollozo contenido, se acurrucó de lado, se abrazó así mismo. Temblaba.

Se había pasado trece años enfocado en una venganza; todo ese tiempo, logró casi por completo que su cabeza se mantuviese fría, que todas aquellas emociones que le estorbaban quedara hundidas en los más profundo de sí mismo.

Su interior se desbordaba: la rabia, la impotencia, el terror. La pena inabarcable e infinita.

–Cora...

El nudo dolía en su pecho, en su garganta, acalló su llanto de cara a la almohada.


Unos minutos después...


Law salió al aire libre. El submarino navegaba en la superficie del mar bajo esa noche calmada, iluminada por el cielo de estrellas y la luna. Su sueño había sido tan vivido que aquella paz no se le hacía real.

–Hola.

Zoro permanecía sentado, con la espalda apoyada en la pared, envuelto en una manta, acompañado de una botella de vino medio vacía.

–Hola –le respondió–Tienes un sentido de la orientación pésimo, pero para lo que te interesa te has aprendido bien el camino a la bodega.

–Oye, que hoy sólo he cogido una –se hizo el ofendido como si le hiciese un tremendo favor.

Law resopló un risa puso los ojos en blanco, Zoro le sonrió.

–¿Te vas a quedar ahí plantado?

Se atrapó en el aura serena del espadachín; apenas le costó ceder; se acercó y acomodó junto a él. El peliverde le pasó la mitad de la sábana.

Una distracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora