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Fausto era un hombre gordo que no se diferenciaba mucho de los que frecuentaban su taberna. Era maloliente, feo, con una barba que en otros tiempos había sido blanca, o quizá rubia, unos ojos tan oscuros como la noche cerrada, y en lo alto de su cabeza alguna vez, con absoluta certeza para todo aquel que le había visto, había habido una larga mata de pelo.

Arrellanado en una sucia silla de cuero negro, roida por algún que otro ratón, Todo su con una camisa amarillenta llena de manchas marrones y miraba a ambas mujeres por encima de unas viejas gafas de alambre que descansaban sobre su nariz. La verdad era que Fausto no era un hombre digno de admirar, y más que idolatrar, daban ganas de vomitar.

Todo su despacho estaba sucio y desordenado. Había papeles por el suelo y esparcidos por su escritorio, estanterías con baldosas semidescolgadas y totalmente desordenadas, charcos de un líquido totalmente misterioso por prácticamente todo el suelo provocando que estuviera pegajoso, y un perro viejo, que seguramente había sido un hábil sabueso en mejores tiempos, tumbado en una esquina en una vieja manta e igual de gordo que su amo.

- Te traigo lo que me pediste- dijo Susark dejando el saco marrón con un golpe seco sobre la montonera de papeles- ahora quiero lo que me prometiste.

Fausto alzó una ceja y se subió las gafas para inspeccionar el interior del saco volcándolo sin ningún cuidado sobre la mesa.

Dentro del saco había varios anillos de oro aún unidos a los dedos que alguna vez habían pertenecido a alguien.

- Veo que has hecho bien tu trabajo- dijo Fausto inspeccionando uno de los dedos con sumo cuidado- pero me temo que no puedo darte lo acordado.

- ¿Cómo que no?- Susark sabía que ese hombre no era de fiar- Me prometiste que me darías una recompensa si mataba a todas las personas de tu lista y traía una prueba de ello. Bien pues ahí está tu prueba y ahora quiero mi dinero- la ira comenzó a recorrer su cuerpo. Susark que debía controlarse o sus poderes podrían salir a la luz y nadie sabía de qué era capaz.

- Y así es, pero no puedo asegurarme de que los has matado de verdad- dijo Fauso lanzando cuidadosamente el dedo de vuelta al montón y echándose hacia atrás en la silla- ¿Quién podría decir que no los has convencido de cortarles un dedo con el anillo y ayudarles a huir solo para quedarte la recompensa?

- ¿Tan traicionera piensas que soy?- su ira iba cada vez más en aumento- ¿Te piensas que soy Thomas o qué?

Antes de que Fausto se diera cuenta, la asesina se abalanzó sobre la mesa y agarró el cuello de la camisa del hombre atrayéndolo hacia sí. Sus caras estaban a tan pocos centímetros como habían estado Aprilis y ella hacía unas horas.

Los ojos de Susark cambiaron a un brillante amarillo ante la ira que corría por su cuerpo, su pelo se erizó lentamente, y el filo de la daga se encontró con el cuello del hombre.

- Dame lo que me prometiste- la voz de la asesina se tornó grave, iba perdiendo el control por momentos.

- Ten cuidado, Susark, puede que alguien vea algo que no quieres que vea y...- un ruido que provenía de la taberna llamó la atención de ambos.

La asesina miró hacia la puerta por encima del hombro. Por un momento, en la Taberna del Gato Tuerto reinaba la paz y el silencio, algo impensable en aquel lugar, y después gritos.

Susark soltó al hombre y salió corriendo hacia el lugar del que provenían los gritos.

Cuando llegó, se encontró a Fiona tratando de ayudar a levantarse a un hombre bastante mayor, a Thomas tirado en el centro de la taberna ensangrentada y con una mirada de terror que nunca antes había visto en su rostro, a una Aprilis llorosa en el centro de la sala detrás de un joven de cabello oscuro, y al joven entre Thomas y la princesa en actitud protectora hacia ella.

- No sé qué es lo que no has entendido cuando ambas señoritas te han pedido amablemente que las dejaras en paz, gordo- estaba diciendo el joven.

- ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- preguntó Susark cuando la princesa se acercó corriendo a ella. Aprilis se quedó un momento evadida de todo aquello mirando los ojos de Susark, ¿en qué momento habían cambiado?

- Será mejor que te la lleves de aquí, Sus. - dijo Fiona deteniéndose a su lado- Puede que las cosas se pongan bastante feas y no es lugar para que ella esté aquí- añadió señalando a la princesa con la barbilla. Después agarró al anciano por el brazo con toda la delicadeza de la que era capaz y le acompañó a la salida.

Susark volvió a mirar a la princesa, que presenciaba todo aquello con una expresión de terror que intentaba disimular. Fiona tenía razón, tenía que sacarla de allí. La princesa notó la mirada de la asesina y asintió en señal de que estaba de acuerdo con ella. 

Recuerda que detrás de la cruz está el diablo, Sus, pensó saliendo por la puerta.

Bien sabe el Diablo a quién se le parece, respondió alguien en la cabeza de Susark.

Antes de cerrar la puerta, la asesina miró por encima del hombro para encontrarse con los brillantes ojos verdes del joven de cabello negro.

Dagas y mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora