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A la funeraria comenzó a llegar mucha gente que no reconocía. Sólo oía sus voces, y cuando podía, miraba sus rostros borrosos, sin embargo, cada uno de ellos se acercaban a mí como si fuera un espectáculo. Unos lloraban, otros observaban, pero al final todos hacían lo mismo; se ponían a comer galletas con café en la cafetería mientras hablaban de la vida, de lo que hizo la vecina, el final de aquella novela o serie de moda, sobre el trabajo, o, sobre mí.

Si era el espectáculo, era el peor de todos.

Todo un día siendo observada, todo un día en silencio junto con mi cuerpo; el cuerpo que no podía tocar.

Mi cuerpo.

Estaba sin hacer nada, aun así, no estaba aburrida. Me distraía viendo la televisión que reproducía vídeos y fotos mías, sobre las diversas etapas de mi vida, ignorando que era el espectáculo.

Estaba yo en la televisión. En mis concursos, en la escuela, con gente que no conocía, pero parecía quererme mucho.

Una señora se parecía a la señora mayor que lloraba por mí, ahí también estaba papá...

Aparte la mirada de la televisión y salí de la funeraria. Había hombres bebiendo alcohol, gente comiendo, platicando, no les importaba nada.

Quería que se fueran de aquí.

Y cuando por fin lo hicieron, quedé sola en la noche, en la funeraria. O eso creí, hasta que una voz me habló.

─¿Qué haces aquí?

Volteé a verla, encontrándome a una mujer que yo conocía. Aquella mujer tenía aproximadamente cuarenta años, tenía el cabello negro y largo hasta su cintura. Era más bajita que yo, y estaba demasiado delgada que me sorprendía. A la mujer se le marcaban todos sus huesos, y vestía un vestido negro ajustado al cuerpo. Mientras yo... ni podía ver cómo me encontraba, ni el reflejo podía verme, ni la sombra.

Aquella mujer la conocía, pues ella estaba saliendo en la otra televisión de la funeraria.

Ella era una muerta.

─Estás muerta ─dije, por si no lo sabía, y ella me contestó con rudeza.

─Tú también.

No. Yo no estaba muerta. Estaba perdida, pero si le decía eso, ella quisiera ser yo.

─Entonces ya sabes que hago aquí ─respondí de la misma manera que ella; con rudeza.

─Yo ya me iré ─comentó ella con más tranquilidad, intrigándome por lo mismo.

─¿A dónde?

─A lo que me esperé allí ─dijo, señalando el cielo, a lo que la miré sorprendida.

─¿No tienes miedo?

─No puedo estar aquí siempre.

─¿Por qué no? ─inquirí sorprendida por las palabras de la mujer.

─A mí me duele.

─¿Crees que a mí no? ─pregunté alterada─. Aún me siento muy joven para irme. Yo estoy bien. Aún puedo estar aquí ─reafirmé, aun negando lo que decían todos, aun negando que debería irme.

─Es mejor disfrutar de lo que sigue.

Aquella mujer era tan relajada. Tan pacífica. Parecía como... si ella ya estuviera segura de morir.

─¿Y qué sigue? ─cuestioné dudosa.

─El paraíso.

─No creo que esté me acepte...

─Veras que sí.

La mujer me sonrió ligeramente y se acercó a mí. Tocándome, pero no sentí nada. Agarrando mi mano, pero no sentí nada. Me sonrió, pero yo no le correspondí.

─¿Vienes conmigo?

Y me negué.

─Deberías irte ya.

─Creí que necesitabas ayuda para irte ─respondió, sin entender que yo no estaba muerta.

─Me quedaré hasta el final ─respondí, tragando duro, aceptando algo que me quería negar, algo que quizá era probable: mi muerte─. ¿Tú no?

─No quiero ver como mi familia me da el último adiós ─aclaró con pena en su mirada─. Creo que eso me encadenaría a ya no irme de aquí.

Quizá tenía razón. Pero yo no podía irme aún.

─No lo había visto de esa manera ─dije entonces, notando que ella seguía aquí. Esperándome.

─¿Entonces...?

─Ve ─ordené─. Espero verte pronto.

─Yo igual.

Y la mujer me soltó, dio la vuelta y desapareció. Dejándome sola en aquella funeraria.

En el purgatorio, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧

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