Pequeño príncipe

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Año 1705.

-Disculpe, líder. Realmente pensamos que era buena idea -se excusó un pequeñajo pecoso, de no más de diez años, mientras se escondía detrás de otro de su misma edad, con el cabello anaranjado.

-Sí, claro. De seguro secuestrar al príncipe nos traerá muchas fortunas. Sáquenlo del granero y dejen que se vaya a casa

-Pero nos podrían dar mucho dinero si ofrecemos una recompensa por su cabeza-acotó el niño anaranjado, defendiendo firmemente su idea, que para él era grandiosa.

-¿Crees que tres chicos de nuestra edad le van a ganar al ejercito real? Shoyo, usa esa cabeza de vez en cuando, te aseguro que no está de adorno. Tadashi, desatalo -ordenó el castaño, mientras los tres se giraban a ver a otro niño, de ojos dorados, rasgados y prendas moradas que delatan su alta cuna. Estaba atado a un poste, sentado encima de los pastos secos y con la boca amordazada con un trozo de tela. Tadashi le obedeció, pero el azabache parecía querer decir algo.

-¿Qué ocurre, majestad? -preguntó el líder, mientras bajaba la mordaza- te dejaremos salir de aquí, y no volveremos a vernos nunca más. ¿Entendido? -el azabache le frunció el ceño, disconforme con lo que le estaban diciendo.- ¿Qué quieres?

-¡Yo no sé cómo volver al palacio! Salí a caminar y un montón de niños me secuestraron, ahora estoy perdido.

-¿Un montón de niños?
-el pelilargo miró de reojo al de cabello anaranjado, quien silbaba distraído al otro lado de la cabaña- Shoyo, imagino que no habrás metido al resto en esto...-Suspiró, sabiendo que su amigo no le contestaría sinceramente- Bueno, ven. -Tomó la mano del azabache y lo ayudó a pararse- Lo dejaré en el palacio, recojan nuestras cosas. Cuando vuelva, nos marchamos. -sin soltar la mano del príncipe, empezó a caminar.

Los ojos dorados del pequeño azabache se posaron sobre ambas manos un largo rato, tanto así que no dimensionó que ya habían caminado bastante.

-¿Qué tengo que darte para que no hables? Lamentamos haberle hecho pasar un mal momento, majestad...

-¡Estoy impresionado!
-expresó él, dejando atónito al líder- tus amigos te respetan, y además, parece que se llevan muy bien entre ustedes, ¡yo quiero unirme! ¡Dime tu nombre!

-No puedo hacerlo, podrías acusarme...

-¡No lo haré! les mentiré a mis padres, al menos que no me dejes ser su amigo, yo quiero hacer lo que ustedes hacen.


-Oye, idiota, ahora vas a ir a tu casa, recibirás las lagrimas de todos en el castillo ese solo porque desapareciste un par de horas, cenarás un montón de comida y dormirás en una habitación gigante solo para ti. No dirás nada al respecto. Fin de nuestra historia -El azabache tomó más fuerte las manos entre ambos, y tomó la delantera en la caminata, arrastrando al menor.- ¿Qué haces?

-Si no cambias de opinión, gritaré todo el camino y contaré lo que me hicieron.

-Debes estar brome...

-¡Padre! ¡Madre!
-empezó a gritar el príncipe.-¡Padre!

-¡Está bien! ¡Basta! odio a los mocosos arrogantes e insoportables, así que cambia esa actitud. Vendré a buscarte mañana, pero debes de pedir permiso al Rey, no quiero que nos castiguen. ¿Entendido?

-¡Lo juro por la corona!

-Sí...lo que digas...

-Ahora, dime tu nombre...
 

El muchacho dudó un momento, no sabía si estaba poniendo en juego su vida a través de delatar su identidad. Pero sabía que si él volvía a hacer algo como lo de antes, tendría el filo de una espada bastante cerca de todas formas.

-Soy Kenma.

-¡Mi nombre es Tetsourou Kuroo!

-¿Ah sí? No me digas...-mencionó, rodeando los ojos, mientras pensaba los pesados que serían sus días desde ese momento.

Año 1718.

-¡Salven el rey y la reina! -gritó la multitud de la gente al ver como la recién casada pareja saludaba a todos los habitantes desde las escaleras que conformaban el palacio. Tras las miradas de sus padres, Kuroo y su esposa portaban por primera vez la corona como rey y reina.

La mirada dorada del azabache, veloz como la de un gato en busca de su presa, se percató de la presencia de un ser humano que hacía años que no veía. Una cabellera larga y azabache estaba dentro de esa multitud, sonriendo plácidamente mientras veía a su antiguo amigo al fin hacerse rey.

-Kenma...-murmuró Kuroo, frunciendo el labio inferior y cesando sus saludos un instante. Estaba por salir a correr detrás de la persona que acababa de ver, pero el brazo de su esposa lo detuvo.




Buenas madrugadas, historia nueva y diferente. Presten atención a los años, porque voy a ir y venir en el tiempo

El rey -kuroken (Kuroo x Kenma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora