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Me removí sobre el colchón y me pegué al cuerpo caliente de Cayden, abrazándome con fuerzas. Sabía que día era. En condiciones normales estaría deseando despertarme y bajar a abrir los regalos. En condiciones normales mamá y yo estaríamos solas en casa, preparándonos un café y deseándonos feliz navidad, pero no, este año las condiciones no eran normales.

Quería obligarme a dormir, a no despertar pero era imposible, ya estaba despierta y el corazón me latía a mil por horas contra el pecho. Quería aferrarme al olor de Cayden, a su calor, a su mano cálida acariciándome la cintura pero no podía, ni siquiera aquello era suficiente para que papá no viniese hoy a llevarme a su casa con él.

Sí, papá quería que me fuese a vivir con él el putísimo día de navidad. Quería llorar pero ya no me quedaban lagrimas y las que ya habían salido estaban resecas sobre las sabanas de la cama de Cayden. Su pulgar había encontrado a menudo su casa en las cuencas de mis ojos, limpiando mis lágrimas, o al menos desde que el dichoso juez había anunciado tres semanas atrás que papá obtendría mi custodia.

Lo que más extraño de todo aquello fue como mamá, al ver que la situación no tenía remedio, intentaba que no odiase a mi padre, tragándose su dolor y sus propias ganas de arrancarle la cabeza porque como iba a vivir yo con él sin dirigirle la palabra.

Acaricié el pelo de Cayden con nerviosismo, me negaba a echarme a llorar el día de navidad. Las ojeras de mi chico estaban más marcadas que nunca y saber que en gran parte se debían a mi me hacían sentir aún más culpable.

Aún no podía creer que mi padre hubiese utilizado a Cayden como una razón para que no viviese con mamá y en el fondo sabía que sería lo único que jamás lograría perdonarle.

Cayden llevó su mano hasta mi mejilla y me la acarició con el pulgar durante unos minutos, sin abrir los ojos a pesar de que estaba despierto. Durante aquellas ultimas tres semanas había estado intentando facilitarme la vida al máximo y sabía que eso sería incluso peor a la hora de acostumbrarme a su ausencia al llegar a casa de mi padre.

-Te voy a echar mucho de menos-le aseguré en un susurro. Él abrió sus ojos y me permití que me tragasen por unos segundos, que anestesiasen mis penas.

Jamás lo admitiría pero tenía miedo. Tenía miedo de que Cayden se diese cuenta durante mi estancia lejos de casa de que no me necesitaba para nada. De hecho, de ser así, asumí que lo mejor sería irme a Nunca Jamás con Peter Pan, Wendy y Campanilla y no volver a casa nunca más. No podría asumir la perdida de Cayden después de todo aquello.

Cayden deslizó su mano hasta mi mentón y lo tomó entre sus dedos para después besarme con dolor contenido.

-Tampoco tanto, vas a venir todos los fines de semana-me dijo con media sonrisa forzada.-Además, seguro que encuentras a alguien mejor que yo en ese colegio de niños de papá al que vas a ir.-le miré con seriedad, se que estaba intentando hacerme reír pero no podía, no quería que algo así se le pasase por la cabeza ni siquiera por casualidad.

El colegio de niños de papá al que iba a ir. El Mary Bee. Ni siquiera podía imaginarme asistiendo a clases en otro sitio que no fuese el Bluesee, con sus pasillos estrechos y las taquillas desgastadas. ¿Qué iba a hacer sin Tiffany a mi lado? ¿Cómo serían mis almuerzos sin tener a los chicos lanzándose patatas fritas a mi lado? Oh, Dios.

-Ese es el problema, Cayden: Que no voy a encontrar a nadie mejor que tu...No te olvides de mi, por favor-le abracé con tanta fuerza que estaba segura de que le estaba haciendo daño. El tomó aire de forma violenta y me puso una mano en la cabeza para atraerme aun más contra él.

-No digas tonterias, Hes.-dijo dejando un sutil beso sobre la base de mi cuello. No me aparté hasta que escuché como los pequeños piececillos de Adler impactaban con fuerza contra el suelo, corriendo por el pasillo.

Siempre de noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora