3 | Yemas

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Cayden

-Cayden...-gimoteó la voz de Adler. Me removí sobre la cama, sintiendo como las sabanas calientes acariciaban mi torso desnudo, me encantaba aquella sensación.

Di la vuelta buscando el cuerpo de Hester pero no lo encontré. Quizás había ido al baño o a buscar un vaso de agua. Me cubrí la cabeza con las sabanas esperando a que Adler se fuese pero escuché su voz más cercana.

-Cayden...-tartamudeó cerca de mi.

-¿Qué quieres, Adler?-gruñí. Esperaba que no me pidiese que lo llevase al parque a aquellas horas de la mañana. Tenía sueño, apenas había dormido en toda la noche. Estiré mi mano nuevamente buscando a Hester hasta que recordé que estaba a unas dos horas de aquí, en su dormitorio en casa de su padre.

-No me encuentro muy bien-jadeó. Mi cuerpo se activó de golpe, preocupado: ¿Y si tenía que ver con el golpe que se dio hace un mes? Levanté la cabeza y le miré. Estaba levemente encogido y tenía las manos sobre su barriga.

-¿Qué pasa?-le pregunté de inmediato.

-Me duele el estomago-gimió con un hilo de voz. Me hice a un lado de manera automática.

-Vamos, entra-dije y el se subió a mi cama con dificultad para después cubrirse con mis sabanas. A pesar de la penumbra vi lo pálido que estaba.

-Mamá no está y papá tampoco-se excusó. Elena debía de estar trabajando pero no tenía ni idea de donde se había podido meter mi padre. Miré la hora en mi móvil, eran las ocho y media.

-¿Qué has comido?-le pregunté inmediatamente.

-No lo sé-dijo haciéndose una bolita sobre el colchón.

-Tienes que hacer memoria. ¿Has comido algo con gluten?-le pregunté y el no dijo nada.

-Ayer estuve en casa de mi amigo Mike-dijo únicamente. Cierto. Seguro que allí había comido algo que no debía. En realidad no era tan raro.

-Espérame aquí, voy a por tus pastillas-dije saliendo de la cama sin preocuparme por ponerme los zapatos y tras coger mi móvil bajé a la cocina. El suelo estaba helado y no pude evitar intentar apoyar los pies lo menos posible.

Rebusqué en el cajón de la cocina donde solían estar el bote de pastillas de Adler hasta que di con él. Pero cuando lo abrí para tomar una y vi que estaba vacío no pude evitar maldecir. ¿Qué gilipollas no había apuntado la última vez que Adler se tomó una que hacía falta comprar un bote nuevo?

Dejé el bote sobre la mesa de la cocina y tomé el teléfono para llamar a mi padre. ¿Dónde coño se metía cuando le necesitábamos? Unos toques después mi padre contestó.

-¿Cayden?-dijo jadeante.

-¿Dónde estás?-pregunté sin quitarle ojos al bote de pastillas que estaba sobre la mesa.

-En el gimnasio-me dijo con su típico tono pacifico de siempre que por alguna razón me sacaba de quicio-¿Por qué? ¿Ha pasado algo?-preguntó.

-Sí, Adler debió comer ayer algo con gluten en casa de Mike y tiene un dolor de barriga horrible. He bajado a por una de sus pastillas y adivina qué: se han acabado-dije.

-Joder...-murmuró papá-Acabo de llegar, pensé que como era temprano volvería antes de que se levantase-dijo más para si mismo que para mi.-Bueno, ahora mismo salgo, compro las pastillas y las llevo a casa.

Por algún motivo, sentí compasión por él y eso me frustró. No tenía porqué sentirla.

-Déjalo. Yo iré a comprarlas, no te preocupes. Haz lo que tengas que hacer-dije jugueteando con la cinturilla elástica de mi pantalón. Papá se quedó callado, posiblemente intentando entender si le estaba echando en cara que no se encargase de su hijo o si realmente quería hacer algo por él.

Siempre de noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora