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Aunque la piel de Alessandra era clara, ella no se sonrojó después de lo que sucedió.

     Sin embargo, apretó los dientes y el puño. No estaba acostumbrada en lo absoluto a que llegaran y le basaran como si nada.

     Ese era su papel.

     Tenía límites, y se estaba conteniendo en lanzarse al hombre arrogante que la miraba como si estuviera estidiándola, y que se dio cuenta, por supuesto, del cómo su mano se apretaba en un puño que quería llegar a una cara.

     A la suya.

     Él también notó los labios firmemente apretados de ella. Esos labios heridos que Alessandra sabía que si los abría, no tardarían en soltar sus pensamientos:

     ¿¡Qué te pasa, idiot!? ¿¡Te crees vampiro o qué mierda!?

      Ella contó hasta díez mentalmente, se recordó que tenía que contar hasta díez mentalmente. Y aunque estaba luchando contra sus impulsos en su cabeza, no demostró en su expresión nada más que sorpresa.

      Aunque su sorpresa... era real.

      —¿P-p-por qué hiciste e-eso? —susurró finalmente. E hizo pronto algo como ocultarse la cara con la sabana de la cama del hospital, como si estuviera ocultando un rubor, un intenso rubor que no estaba allí.

      Ethan la siguió mirando. Y ella se sintió, por un momento, como en un zoológico, donde ella era el animal atrapado y el hombre que se hallaba cerca era un un observador.

      El observador dijo:

      —Lo siento.

      Alessandra no apartó la vista de la sabana, no apartó la mirada de esta para mirarlo. Sólo asintió un poco, y fingió estar avergonzada.
   
      Esperó a que él le preguntara si ese había sido su primer beso. Podría parecer sin sentido, pero en su falsa vida ese era un cliché. Muchos idiotas se lo habían preguntado antes o después de un beso, antes o después de una revolcada, y se alegraban, se les hinchaba el pecho cuando ella decía que sí, toda tímida, fingiendo ser toda tímida, mientras poco a poco los empobrecía.

     Pero los minutos pasaron y esa pregunta no surgió.

     Alessandra apenas logró ocultar su desconcierto cuando Ethan, después de unos cuantos mensajes enviados a no tenía perra idea de a quién, le hizo saber que el hombre que le había hecho daño pagaría por lo que le hizo.

     También le había dado una orden:

     —Deja que traten tus heridas.

     Y ella abrió la boca, abrió la boca para protestar, fingir que estaba asustada, seguir con su papel de víctima.

      Pero él sólo se fue, sólo se fue, dejándola con las palabras en la boca.

      Ella apretó las sabanas, sintiendo apenas el dolor en sus muñecas debido a la paliza que buscó, dada su nueva estrategia.

      —¿Qué, imbecil, lo que digas es ley? —inquirió en su soledad, observando el mismo lugar en el cual el hombre que estaba comenzando a hartarle se encontraba—. Veamos si serás muy arrogante cuando te atraviese una bal-

     Ella escuchó voces, voces aproximándose. Estas se detuvieron cerca.

      —No importa cuánto revise —dijo un hombre, sonando confundido e irritado—, no encuentro su información.

      —Eso es porque ella no brindó su información —contestó una mujer—. Sujeta una mochila pequeña como si no pudiera vivir sin eso, por lo que que no pudimos acceder a sus documentos. Se nos negó aproximarnos demasiado debido a que se temía que tuviese algún trauma —el sonido de algo cayéndose y una maldición prosiguió—. Y ahora tiene sentido tanto misterio, ya que un Cavalier está relacionado a ella.

Loco por La Loca (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora