Capítulo 11:

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Sus manos se movían por si solas aplicando los colores en la tela detallando los gestos del rostro de la mujer, mientras que en su mente iba relacionando cada recuerdo de sus sueños, asociándolo a la suposición de que, si ese hombre era Ivar, esa mujer a la que tocó a través del espejo podría ser ella. No lograba discernir como algo así podía ser real y recordó que, una compañera del colegio que acostumbraba a fumar marihuana, le contó que cuando lo hacía se desdoblaba; pero ella no estaba bajo los efectos de ninguna droga, le pasaba en cualquier momento y sobre todo cuando dormía. Comenzó a recordar documentales que hablaban sobre otras dimensiones y la posibilidad de pasar de una a otra, pero nunca creyó que pudiese ser real, le gustaba verlos porque estaban llenos de hipótesis que nunca serían probadas, y así, imaginaba que en otra dimensión su realidad podría ser mucho mejor de lo que le había tocado en esta.

Las horas pasaron sin que se diera cuenta, entre la música clásica de la radio de la cabaña en la que la emisora, reprodujo los nocturnos de Chopin y sus pensamientos que se confundían con recuerdos de la infancia en los que rememoraba lo que había visto de su vida, en lo que ella imaginaba era otra dimensión. Sintió su cabeza hervir y unas puntadas en la sien que le hicieron detenerse y notó que el cuadro estaba prácticamente terminado, observó la pintura y de pie frente a ella, se posicionó colocando su mano extendida frente a la de la dama que estaba dibujada en el cuadro, justo como había sucedido en el sueño antes de que se sujetaran de las manos, pero no se atrevió a tocarla, por miedo a ser atraída dentro del lienzo. El Nocturno en do sostenido menor, Op Postumo había empezado a sonar en la radio, la neblina, el frio y la pintura, volvían la escena un poco tenebrosa, miró a su otro yo por última vez y dio vuelta el atril para no sentirse observada. Las punzadas en su cabeza se volvieron más fuertes y prolongadas; se hacía presente una de las jaquecas, que cada cierto tiempo le aquejaban, buscó una de las pastillas que Ivar le había recetado para el dolor de cabeza y luego de tomársela, se recostó en la cama cerrando los ojos para descansar, quedándose profundamente dormida.

Al abrir los ojos se encontró en una habitación amplia, de techo alto, con molduras ornamentadas de yeso en las paredes. Las sábanas y el edredón de la cama eran de un blanco impoluto y el visillo ondeaba dejando entrar una brisa fresca y la luz del sol por la ventana. Al costado divisó, un atril en el que descansaba una pintura en la que, pudo reconocer que la mujer retratada con los cabellos sueltos y mirada profunda era ella; pasó los dedos por la tela y el óleo estaba seco, recorrió las líneas que definían su rostro y llegó hasta su mano, que estaba extendida de la misma forma en la que, ella había dibujado a la mujer unos minutos antes y al mirar en el extremo inferior de la pintura, se leía la firma Lorraine L. B.

—Lorraine —pronunció al deslizar su dedo sobre el nombre que le hacía eco en su memoria.

Al recorrer el espacio con su vista, divisó libros y sobre el sitial junto a la cama, un vestido semi acampanado del siglo pasado; lo tomó entre sus manos y sintió el aroma que reconoció en su memoria, activando en su cerebro sensaciones que por alguna razón se volvían familiares. Aún sentía el dolor de cabeza punzante en su sien y al girar hacia el lado derecho en noventa grados, se encontró con un tocador que tenía un gran espejo adherido y en el que no vio su reflejo, sino el de ella. Se tocó el rostro palpando la piel suave, recorrió la cabellera castaña larga y ondulada; se acercó al espejo asombrada preguntándole a la figura que veía en el —Lorraine... ¿Tú eres Lorraine?

Y desde el otro lado del espejo, su reflejo, que no era su reflejo, sino el de ella, le consultaba:

—¿Victoria?

Los viajes astrales de Victoria Labbé (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora