Un mes pasó casi volando ante los ojos del pelinegro que había adoptado la costumbre de observar por la ventana como las hojas de otoño caían lentamente hasta llegar al suelo, algunas se quedaban estancadas en el techo del departamento y otras se desviaban de su camino para caer justo al frente de el, presumiendo su bonito color naranja.
Llevaba puesto un suéter de lana blanco que su madre le había tejido hace tres inviernos atrás porque su hijo era una persona muy cálida y temía que fuese a pasar mucho frío.
También había tomado como hábito el escribir todos los días, así fuese una pequeña oración sobre como se sentía el día de hoy. No sabía porque tenía la necesidad de hacer esas cosas, pero le gustaba saber que llevaría registro de como superó una mala racha para en un futuro tratar de aconsejar a sus hijos sobre todo esto.
En sus exámenes no le había ido muy bien, de hecho, tendría que hacer un extra porque reprobó química en toda la extensión de la palabra, literalmente no obtuvo ni una sola respuesta correcta. Seguía sin creer como era eso posible cuando estudió hasta el cansancio para ese exámen en específico. Quiso suponer que no era su falta de inteligencia, si no el estrés de toda la situación.
A su mente llegó el recuerdo de Johnny acompañándose en las largas noches de estudio, riendo a carcajadas cuando alguno se equivocaba en alguna pregunta y haciendo tarjetas para aprender mucho más rápido. Noches que terminaban en pequeñas sesiones de besos y sonrisas bobas de enamorados.
Habían sido buenos momentos.
—Debería de dejar de pensar tanto mientras como, a este paso terminaré con mi despensa —se quejó mientras observaba su caja de galletas vacía.
Todo estaba hecho un pequeño desastre en su departamento e incluso su aspecto; había tarjetas tiradas por todo el suelo al igual que hojas con información, basura de todas las galletas de avena que había estado comprando en la cafetería de la universidad y ni hablar de que su cabello parecía un nido de pájaros, ya ni siquiera se molestaba en arreglarse un poco.
—Necesito afeitarme, tener barba no es aesthetic —murmuró.
¿Han escuchado a la gente que dicen que conoces más del interior de una persona cuando vez como conserva su habitación o departamento? Bueno, Doyoung creía fielmente en ello y más ahora con su desastre.
No encontraba un balance adecuado, ¿Cómo podía ser ordenado cuando ni sus pensamientos lo estaban? Su salud mental era su principal prioridad y aún así huía de la consejera escolar cada vez que le preguntaba si necesitaba algo. Era un tanto hipócrita, pero al final de cuentas todos los seres humanos llegaban a serlo, así que no se preocupaba mucho.
Un compañero de sus clases de matemáticas se burló de él porque comentó que necesitaba ir a terapia para lidiar con la ruptura que había tenido recientemente. Pensaba que era algo así como un stigma que la gente ya tenía implementado, el hecho de asistir a terapia solo cuando algo muy malo ocurría en tu vida (entre muchas comillas) y no como una rutina habitual para tratar de mejorar día con día.
Bueno, ahora sabía que ya tenía más tiempo para perderse en sus pensamientos, ¿Sería bueno o malo? No tenía la más mínima idea.
—Estoy bien, mamá —repitió en la videollamada que estaba haciendo con su familia, no les culpaba por estar preocupados, era muy unido a ellos y les dolía verlo en esa situación, lo sabía. —Ya casi no lloro todo el día.
—¿Seguro que estás bien? Sabes que puedes regresar a casa cuando quieras, mi niño, mírate, tienes ojeras.
—Ya soy muy mayor como para seguir viviendo con ustedes, debes enfocarte en Karina y Renjun —sonrió un poco al recordar a sus hermanitos menores, los extrañaba cada día de su vida. —Las ojeras las tengo por los exámenes, no te preocupes tanto por ello. Por cierto, encontré un nuevo trabajo, no puedo seguir viviendo de la beca.
—¿En que sitio vas a trabajar? Asegúrate de que sea un buen lugar, Doyoung, recuerda que estás en otra ciudad y no sabemos bien que tipo de gente nos vamos a encontrar por ahí.
—Mamá, es una simple cafetería que acaba de abrir aquí en la esquina, la dueña es una amable ancianita que me ofreció el turno que más se ajustara a mi universidad, está todo bien, agradezco mucho esa oportunidad que me están dando.
—Está bien, solo me preocupo.
—Lo sé.
Su inevitable soledad lo golpeó de nuevo cuando la noche llegó, había entrado a redes sociales con intenciones de distraer un poco a su mente con videos de gatitos haciendo cosas bonitas y terminó triste porque su grupo de amigos había salido sin avisarle, de nuevo.
"No podemos lidiar con tu tristeza." Dijeron cuando se le ocurrió reclamarles el porque lo habían sacado del grupo en el que hablaban todos. Se sintió pésimo ese día porque nunca fue su intención agobiar a sus amigos con sus problemas.
Y ahora ver a todo mundo feliz en redes sociales lo hacía sentir como que se estaba perdiendo algo de su juventud, incluso sentía un poco de celos por la gran vida social que muchos parecían tener, nunca iba a estar incluido en ese tipo de planes.
Pero le puso un poco feliz ver una foto de Johnny divirtiéndose con sus amigos, su sonrisa había vuelto después de un tiempo y no podía sentirse más que orgulloso de que el haya podido seguir avanzando con su vida.
Unos pequeños golpecitos a la puerta llamaron su atención, el no había pedido comida a domicilio o algo por internet, así que no tenía ni idea de quién podía llegar a ser.
—Hola, mi hermano me mandó a pedirte tu número —dijo un niño de ojitos bonitos con una sonrisa inocente.
—No, Taro, así no —murmuró un chico de cabellos plateados que se escondía detrás de la puerta, o eso intentaba porque bien podía ser visto.
Doyoung solo pudo quedarse ahí parado con una cara de confusión, hasta que aquel chico de cabellos largos salió de su escondite para acercarse con una sonrisa tímida.
—Pero dijiste que querías su número —el niño se cruzó de brazos, claramente enojado y Doyoung soltó una risita, era igual a cuando sus hermanitos menores se enojaban.
—Hola, mi nombre es Nakamoto Yuta —se señaló y después al más pequeño. —Y el cara de rata es mi hermano, Shotaro... ¿Tu eres?
—Doyoung —murmuró aún sin entender el humor de esos dos.
—Llevamos tiempo viéndote pasar desde nuestro departamento pero nunca saludas a nadie y pensé que tal vez podíamos intercambiar números, necesito amigos en esta zona —admitió con un ligero sonrojo y una risita. —Solo si quieres, no pienses que tengo segundas intenciones, mi mujer me daría con un palo en la cabeza.
Terminó pasándole su número al chico raro de las bandanas y algo encariñado con Shotaro pues era un niño bastante tierno y travieso, hacía todo por enojar a su hermano mayor.
Esperaba que, por lo menos, entre nuevos amigos y el trabajo su tristeza no volviese a atacarlo tan fuerte.
Solo eso quería.
🦋
Porque un fanfic mío sin Yuta como bestie de Doyoung no es un fanfic mío JAJA