Capítulo 2

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Mary sintió que volaba en brazos de alguien lejos de la fría nieve del suelo

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Mary sintió que volaba en brazos de alguien lejos de la fría nieve del suelo. Ese alguien tenía el cuerpo caliente y era tan fuerte como para levantarla y sostenerla sin problemas. El frío había entumecido sus piernas y sus manos, así como su mente. Porque no podía creer que fuera él. 

¡Rony! ¿Su querido primo era ese alguien? Tuvo que clavarle los ojos para cerciorarse. —Mi copito de nieve particular —lo oyó decir y esa fue la confirmación de sus sospechas. 

Él siempre la había llamado de ese modo tan único. 

—¡Oh, Rony! ¡Eres tú! —Sonrió al encontrarse con sus ojos de color miel, atrapada entre sus brazos mientras la nieve caía encima de ellos.

—¡Claro que soy yo! —rio él—. ¿Conoces a algún otro hombre con derecho a cargarte como lo estoy haciendo yo? En ese caso, ¿se puede saber qué has estado haciendo en Londres? Que yo sepa te estás postulando al sitio de solterona oficial. 

Ella rio.  Su primo podía bromear en mitad de una tormenta de nieve y en las peores de las situaciones imaginadas. Así era él, alegre. Y aunque en la niñez esa clase de bromas habían sido el origen de muchas peleas, ahora eran el motivo de sus escasas sonrisas. Porque sabía que Rony sería incapaz de hacerle daño. 

—Te recuerdo que tengo un hermano. 

—Ni siquiera él tiene el derecho a hacerlo —determinó él con una gran sonrisa. Con veintiún años su primo era tan alto como su padre y tenía unos brazos fuertes y musculosos en los que jamás había reparado hasta entonces. Una verdad la recorrió al instante: Rony ya era un hombre. 

La imagen que guardaba en su mente de Rony cuando era niño, se evaporó. Y se sustituyó por esa que estaba viendo en esos instantes: la de un hombre alto, regio y corpulento. Inmediatamente, las mejillas se le sonrojaron. Algo que le ocurría en contadas ocasiones. Por algo la llamaban la reina del frío o, en el caso de Rony, copito de nieve. 

—¡Estás helada! Las mejillas se te están poniendo rojas y eso debe ser signo muerte inminente en tu caso. 

—¿Y la nariz? —disimuló ella, recomponiéndose. ¡Qué tontería! ¿Por qué debía sonrojarse? Estaba decidida a ignorar ese repentino arrebato de timidez con su primo. De seguro, las emociones del viaje sumadas a la emoción de reencontrarse con él le estaban pasando factura. 

—La nariz tiene el color de un tomate. 

—En ese caso será mejor que no nos retrasemos más y entremos de una vez —se oyó la voz grave de su padre a sus espaldas. 

—Tío Edwin —saludó Rony al teniente y obedeció. La cargó hasta la hospedería de montaña y la dejó en el suelo de madera cuando entraron en ella. 

Al separarse de Rony, volvió a sentir el frío en su cuerpo. Necesitaba quitarse esas ropas mojadas y un baño caliente cuanto antes. De lo contrario, enfermaría de fiebres. Gracias a Dios, su padre le leyó el pensamiento y pidió dos habitaciones de inmediato. Una para ella y su vieja doncella, la señorita Murray. Y otra para él. 

Un romance en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora