Capítulo 3

1.4K 386 165
                                    

Cuando se fue a la cama, lady Mary Mary Seymour estaba hambrienta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando se fue a la cama, lady Mary Mary Seymour estaba hambrienta. La señorita Murray había pedido a la posadera que les llevara la cena. Pero, al parecer, había tanta gente en esa pequeña hospedería de montaña, que se habían olvidado de ellas. Era evidente que los dueños del negocio no estaban acostumbrados a albergar a tantos huéspedes y, mucho menos, a nobles.

Era común que en Inglaterra nevara, pero no de ese modo tan feroz ni en ese mes de noviembre, justo cuando la gente viajaba para reencontrarse con sus familias y pasar el diciembre de vacaciones. Encontraba muy injusta la vida a veces. Sobre todo, cuando una mesonera había aparecido en su alcoba con una pequeña olla de sopa que no le había servido para nada más que avivar su apetito. No era una mujer glotona, pero después de haber pasado todo el día batallando contra el frío y la nieve necesitaba un poco más que un plato de agua con sabor a pollo. 

A la señorita Murray, en cambio, la sopa le había sentado de maravilla. Se había quedado dormida en la cama de al lado, la que quedaba cerca de la ventana, y roncaba. ¡Vaya si roncaba! Había insistido en que ella, debido a su edad, durmiera en la cama que quedaba al lado de la chimenea. Pero la doncella se había negado en rotundo después del incidente de la bañera. Mary solo esperaba que las mantas protegieran de las corrientes frías a la anciana. 

La noche no se presentaba liviana. ¡Con hambre y con los ronquidos de la señorita Murray! Se acurrucó debajo de la manta y se giró hacia la chimenea, dándole la espalda a la doncella dormida. ¿Cómo estaría su padre en esos momentos? ¿Y el pobre Marc? Deberían de renovar la plantilla de servicio. Pero a su padre, como a ella, no le gustaba prescindir de aquellos sirvientes que habían sido leales durante años. Sin importar que fueran ancianos. Además, debía agradecer a la experiencia de su viejo cochero que estuviera sana y salva. El accidente no había quedado en nada más que un susto, aunque le dolía un poco el brazo derecho, aquel sobre el que había caído cuando el carruaje patinó y volcó. 

Dejó ir un suspiro de cansancio. Deseó que el sueño pesara más que el hambre. Pero entonces unos toques sobre la puerta, suaves y considerados,  la sacaron de su pesadumbre. ¿Quién podía ser a esas horas? Oía el barullo del comedor desde allí y temió que fuera algún despistado. Su padre no era, porque él no tocaba así a la puerta. Gracias a Dios, el pestillo estaba pasado. 

—Mary, soy yo —oyó la voz de Rony y se levantó de un salto de la cama. ¡Apenas habían tenido tiempo de verse ni de hablar! ¡Lo había echado tanto de menos durante ese año de distanciamiento! Al acercarse al pestillo, sin embargo, reparó que seguía con la bata. Miró hacia su vestido mojado. Con solo pensar en ponérselo le cogió un escalofrío. Y no tenía más ropa. 

Miró hacia su carabina mandona y confirmó que seguía roncando. ¡¿Qué más daba que Rony la viera en bata?! ¡Por Dios! Habían crecido juntos y recordaba haberle visto el culito de pequeños, cuando nadaban en el lago. 

Unos pocos años de más no podían cambiar el matiz de su relación con alguien a quien consideraba casi un hermano. Se peinó su pelo, ya seco y recogido en un moño a media altura, y abrió lentamente. Rony estaba en el pasillo con una gran sonrisa y una bandeja de comida en las manos. Los ojos se le fueron directamente al pastel de carne con patatas que había encima de un plato y hacia el pan que había en otro. 

Un romance en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora