Capítulo 7

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A Rony le sentó fatal que su tío regañara a Mary y que esta se hubiera encerrado en su alcoba; de seguro, apenada y abochornada

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A Rony le sentó fatal que su tío regañara a Mary y que esta se hubiera encerrado en su alcoba; de seguro, apenada y abochornada. ¡Se lo habían pasado tan bien con el trineo! Era injusto y muy degradante que el viejo lobo los regañara por estar disfrutando de las vacaciones en familia. Estaba lleno de ira. Sin saber muy bien por qué. Pero necesitaba explotar y dar rienda suelta a su disconformidad. Quería respetar al Duque, pero no a expensas de la felicidad de su prima. 

¿Cómo podía Edwin Seymour tratar así a su propia hija?¿Pretendía encerrarla en una cúpula de cristal y admirarla para el resto de su vida? No quería pensar que el Duque estaba siendo egoísta y estaba reteniendo a su hija a su lado para no quedarse solo. Porque pensar eso sería odiar a aquel hombre con el que había crecido. 

Se cambió de ropa con urgencia y aprovechó que los mayores estaban reunidos en el salón del té para aporrear la puerta de Mary. Los trineos y la montaña se habían quedado atrás, en el jardín: cubriéndose de nieve sin que nadie hiciera uso de ellos. Necesitaba verla, consolarla. Decirle cuán injusto había sido que los obligaran a terminar con la diversión. ¡Su diversión! No quería que Mary se dejara convencer por el Duque y empezara a comportarse como una dama remilgada en su presencia. No podía tolerarlo de ningún modo.

—¡Mary! —nombró con la boca prácticamente pegada a la puerta y su puño derecho clavado en la madera. No le gustaba ponerse de malhumor. Pero todo lo que conllevara dolor para su prima, lo ponía de un humor de perros.  

—Hablamos más tarde, Rony —oyó su voz fría (y dolida) al otro lado de la puerta. 

—¿No vas a abrirme? —insistió él, dispuesto a seguir de pie frente a su alcoba hasta verla. 

—No es adecuado que te reciba en mi alcoba. 

¡¿Qué?! ¡¿Entonces Mary se había dejado convencer?! Era inadmisible. —¿Vas a hacerle caso? —masculló, indignado. La ira se estaba adueñando de él cada vez más—. Si le haces caso a tu padre en esto, le darás la razón y le harás pensar que hay algo indecoroso entre nosotros. 

—No quiero enfurecer a padre. 

—¿Enfurecer a...? ¿Y qué hay de mi furia? ¿No te importan mis sentimientos? 

—Tienes que reconocer que ya no somos dos niños. 

—¿Y en qué cambia eso nuestra relación? —inquirió, apartando los puños de la puerta. Recordó en cómo se había sentido en la posada al recordar a Mary en bata o en cómo se había sentido al cogerla por la cintura pocas horas antes. ¡Que lo partiera un rayo! ¡Esas ideas no eran más que susurros del diablo por culpa de su tío! ¡Esos malos pensamientos no tenían ninguna veracidad ni firmeza en su corazón! No quería que nada cambiara. 

 —Todo ha cambiado. 

Aquella última frase le dio el valor que necesitaba para coger impulso y bajar al salón de té. Iba a encarar a su tío y a pedirle que dejara de atormentar a su prima con ideas absurdas. Mary apenas parecía una mujer de su edad. ¡Lucía tan seria! Solo le faltaba que alguien le llenara la cabeza de límites innecesarios. Hizo resonar sus pisadas a través de los pasillos. Se dio cuenta de que su cuerpo había adquirido dimensiones corpulentas en cuanto al descender la escalinata sonó como si un caballo hiciera sonar sus casquillos. 

Un romance en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora