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El medicamento de Emilio descansaba sobre la alacena de la cocina.
La casa nunca antes había estado tan ordenada, Joaquín se había encargado de darle un lugar a cada cosa que tenían dentro de su hogar y si tomaban algo tenía que volver a ese mismo sitio para no ocasionar problemas innecesarios a Emilio.

Últimamente su novio lucía mucho más desanimado, para Joaquín era algo complicado de digerir,pues el rizado siempre había sido una persona que te animaba en tus malos ratos y trataba de hacerte ver las cosas de manera diferente. Ahora, este Emilio parecía ser un fantasma de lo que antes fue.

Eran inicios de primavera, el sol alumbraba por la ventana de la habitación y los rayos de sol caían directo sobre el rostro de el más pequeño coloreando de brillos dorados.
Emilio llevó una de sus manos a los pómulos de su amado y lo acarició suavemente con su pulgar, la piel de su novio era tan tersa bajo su tacto, su nariz de botón se movía de vez en cuando mientras respiraba y sus mejillas tenían unos colores rojizos que aparecían en los días cálidos.
Emilio nunca se cansaría de apreciar a su Joaquín, podría hacerlo cada mañana por el resto de su vida.

Quería que el tiempo se detuviera y vivir tocando la mejilla de Joaquín antes de que despertara por el resto de sus años, pues Emilio tenía miedo ¡Santo cielo!
Él tenía tanto miedo, estaba aterrado de no poder recordar a la persona que estaba dormida frente a él, el hecho de un día levantarse, abrir los ojos y preguntarse quién era esa persona con la que acababa compartir la cama le daba pesadillas en las noches. Él nunca quería olvidar a Joaquín, nunca quería olvidar a su Sol.

Luego se maldijo a sí mismo, la mala suerte que tenía para ser de esas pocas cifras en las que su enfermedad ya estaba afectando a su cerebro a sus treinta y tres años, él tenía el maldito mundo que recorrer, tenía un cachorro por ver crecer, una familia por amar y una boda... él se iba a casar y tenía que tener esa boda. El tiempo corría y él era consciente de ello, pero no siempre, no sabía cuántos años le esperaban de vida, sabía que tenía una mayor oportunidad de vida por ser joven ¿Pero no era muy malo ya todo esto? Él se iría y no vería a su amado con un bastón, recordando sus primeras citas o la vez que Copito fue perseguido por un gato del vecindario, él no quería veinte años más, quería el resto de su vida.

¿Por qué los días pasaban tan rápido y él no lo podía recordar?

Joaquín abrió los ojos y estiró sus brazos mientras bostezaba con un Emilio embelesado frente a él, como si el despertar de un hombre de treinta y dos años fuera algo digno de admirar.

-¿Qué día es hoy, Sol?

-Treinta de marzo-Contestó con una sonrisa en el rostro-¿Cuánto tiempo llevas ahí viéndome?

-Sólo unos minutos-Respondió Emilio riendo.

-Conoces las reglas, Emi, el primero que despierte tiene que levantar al otro.

-Nosotros hicimos las reglas, nosotros podemos cambiarlas-Tomó la mano de Joaquín y dejó un beso en ella para después llevarla a su pecho-Además ¿Para qué se hicieron las reglas si no fueron para romperse?

-Para cumplirse.

-Bueno-Besó la mejilla de su amado-En ese caso la culpa es toda tuya, no esperabas que ignorara un rostro como el tuyo, tan angelical y tranquilo cuando duermes.

Copito llegó corriendo a la cama de sus padres y a pesar de ser un cachorro pequeño, él se las arreglaba para saltar y quedar entre ambos cuerpos. Siempre terminaba saltando sobre ambos, contento porque sus dueños habían despertado y hoy sería otro gran día, además de que tenía hambre, obviamente.

-Copito, me estás pisando-El cachorro tenía ambas patas delanteras sobre el rostro de Emilio, agitando la colita felizmente.-Bien, vamos a que te de tu almuerzo ¿Eso quieres, no?

¿Que Día Es Hoy, Sol? [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora