VI

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Mario era como el cáncer, se expandía y no podía combatirlo... así que me uní a él.

Trabajaba duro para poder tener unas excelentes notas, pero cada fin de semana me encontraba intoxicado con lo que se volvió mi aliado, el whisky. Cambié de atuendo para poder encajar con los demás jóvenes y después de un tiempo, nos volvimos esos chicos bogotanos atractivos y ligeramente populares entre todos.

Las fiestas eran siempre las mismas porquerías de cada semana, alcohol, tabaco, mujeres, música que me hacía dudar de mi salud cardíaca, siempre lo mismo, fué tan aburrido, pero no encontré otra salida...

Cómo Camila hablaba solo por mensaje, un solo texto cada ciertas horas o días, debido a nuestras vidas ocupadas y cuando estaba ebrio no tocaba el móvil, además era bastante tarde para perturbar su paz, si no estaba en la escuela o con un vaso en la mano, estaba durmiendo o estudiando.

Las llamadas de mamá sonaban y sonaban, pero decidía no contestar. Nunca recibí una de papá.

Está vez la fiesta fué en la casa de Matías un argentino como beca aquí en la gran manzana, era... no diferente a nosotros, un dolor de trasero en sus padres y enviado aquí para estudiar, al igual que otros sus notas eran impecables pero fuera de la institución Matías era de los jóvenes más rebeldes que pude llegar a conocer, incluso llegué a detestar venir a su lujoso departamento.

Pero bueno, como dije... me uní, así que aquí estaba. Había tratado de integrarme más y más, pero lo único que me atraía era el alcohol fácil y gratis. Las mujeres no, no es que no desviará la mirada más de una vez a largas piernas o escotes pronunciados, pero las mujeres eran tan aburridas, tan huecas y superficiales que decidía no gastar mis fuerzas en pláticas tontas y que no me importaban en lo más mínimo.

Matías contaba con un balcón al que hice, básicamente, mi espacio personal. La ciudad se veía bastante linda el día de hoy, las luces de los altos edificios eran un gran espectáculo que me gustaba apreciar la mayoría de las noches, si me perdía en mis pensamientos podía Incluso creer que la ciudad está dormida, nadie se mueve, nadie habla, nadie llora, solo estoy yo, observando.

—Hola.— Mi tranquilidad se vió interrumpida por una voz femenina.

Miré, era Jennifer, una compañera del colegio.

—Jennifer.— Dije sin emoción y sin mirarla.

—¿Quieres un trago?— Ofreció, la miré y alcé mi vaso. Era bastante obvio que estaba tomando ya y que no necesitaba su compañía.— Ya veo, lo siento, fué una pregunta estúpida.— Mencionó.

—Lo fué, pero no hace falta disculparse por eso.— Dije sin mirarla y ella hizo un sonido de queja.

—Creí que era mentira aquello que dicen, que eres tan odioso como eres lindo.— Su tono de voz sonaba bastante molesta así que solo reí entre dientes y tomé todo lo restante de mi vaso.

—No puedo negar aquella parte de odioso, aunque no lo llamaría odioso ¿Sabes? Simplemente soy franco y seco.— La miré con una sonrisa arrogante en mis labios.— ¿Puedes soportar la verdad? No lo creo.— Reí.

Entonces se fué. No era la primera y tampoco  sería la última que se llevaría esa impresión de mí y a decir verdad, no me interesaba la opinión de ninguna de ellas.

Calderón siempre me regañaba cuando eso ocurría.

—¿Que le pasa hermano? ¡No vió el tremendo mujerón que se le fué!— Gritaba exagerado todo y yo con resaca.

—Si, si, ¡Si, Calderón! ¡La ví! ¡Ahora, no grité, que me duele la cabeza!— Bufé.

—Usted también está gritando, mi querido amigo.— Palmeó mi hombro.— ¿Por qué no se distrae con alguna mujer? No tiene porqué ser algo que lo comprometa.— Lo miré y él sonrió con esa maldita picardía.

-Me siento solo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora