Capítulo II - Parte I

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HENDRIK & RAVEN


Prepara; haz una fosa grande, profunda, donde la luz del sol no se pueda colar.

— ¡Mira!—señaló con alegría la carretera—, alguien ya cayó en una de las trampas—rio por debajo—. Me encanta ver la cara de confusión y frustración del prójimo.

—Trae impermeable amarillo, ¿verdad?—preguntó sin inmutarte.

El secuaz asintió efusivamente.

—Siento decepcionarte—se encogió de hombros—, aquella chica es Tessa y la jefa le tiene reservados otros planes.

Un murmullo molesto salió de la máscara de su compañero.

—Espero nos toque algo de diversión—replicó.

—No desesperes, compañero—le indicó—. Los otros no tardan en llegar a la estación de gasolina, no los van a dejar pasar de ahí.

⚝ ⚝ ⚝

Hendrik y yo, éramos la pareja perfecta, el dúo invencible, la mantequilla de maní y la mermelada de fresa del otro; mejores amigos desde preescolar cuando lo defendí a puño y mordidas de unos brabucones que querían robarle su jugo de frutas. Esa pelea nos llevó a no separarnos nunca más y ¿la verdad? Me encantaba que fuera de esa manera.

Halloween, como a la mayoría de los jóvenes y niños de Green Town, era nuestra festividad favorita, muchos dulces, alcohol y fiesta desmedida, ¿qué más se podía pedir? Disfraces provocadores por supuesto.

Para esta Noche de brujas, decidí disfrazarme de Caperucita roja, claro, con mi twist personal medio exhibicionista, medio artístico. Hendrik haría del lobo y puedo apostar que varios ojos ajenos estarán puestos en nuestros atributos o más bien, en nuestra desnudez.

Las llamadas y mensajes del sujeto tenían un tono prestablecido, de hecho, era la canción de Barbie girl de Aqua, una broma interna para ponernos en evidencia cada que nuestros teléfonos sonaban en público. Al segundo timbrazo respondí.

—Sal, Raven, estoy abajo—me indicó con aquel timbre de voz suyo, grave y áspero, tan distintivo.

—Espérame una eternidad—respondí echándome una última ojeada en el espejo.

—Siempre lo hago—concluyó.

No lo estaba viendo y podía asegurar que había rodado los ojos.

—Hasta acá escucho la música del estéreo, Hendrik, bájale a eso si no quieres que todos los vecinos se quejen.

—Hay un mar de gente en la calle y no creo que a los niños vestidos de conejo y calabaza les impida pedir dulce o truco—argumentó con severidad y no pude evitar soltar una risita—. Deja de discutir, Raven y sal ya.

—Voy corriendo—me despedí.

Tomé mi mochila de la cama, pesaba más de lo esperado como era tradición, nos amaneceríamos en la fiesta de Orion Di Verne y como la casa de los difuntos abuelos del sujeto quedaba muy cerca, nos quedaríamos a dormir ahí, o bueno, pasar la resaca.

Repasé mentalmente las cosas que debía llevar; pans, unos tenis, sudaderas, líquido desmaquillante y kit básico de aseo. Al parecer, tenía todo listo.

— ¡Ya me voy!— grité desde la puerta principal.

Si mis padres me habían escuchado o no, ese ya no era mi problema.

Historias que los muertos cuentanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora