Capítulo II - Parte II

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Mientras que Hendrik, tenía la condición de un soldado del ejército, yo, me tropecé para ser exactos, dos veces más, en una logré meter las manos y en la otra...digamos que comenzaba a tomarle gusto al sabor de la tierra mojada.

Me dolían las piernas y me quedaba sin aire con facilidad. No era una chica atlética, lo contrario, era más del tipo de estar acostada comiendo papas fritas y chocolates mientras lloro por chicos coreanos. ¿Correr por mi vida? Mis expectativas no eran altas.

En nuestra larga lista de sucesos desafortunados, esa noche había Luna nueva, estábamos prácticamente a oscuras, por lo que mi imaginación me jugaba malas pasadas, tenía la incómoda sensación de ser observada, como si hubiera ojos hasta en las malditas hojas de los árboles. Luego recordé.... ¡traíamos una linterna en la mochila! No solo eso, ¡NUESTROS CELULARES TAMBIÉN SERVÍAN COMO MALDITAS LINTERNAS!

Definitivo, no íbamos a ganar el premio a los mejores niños exploradores.

Tuve que detenerme y casi abrazarme de uno de los troncos de los árboles para recuperarme. Inhalé, exhalé y hasta tosí varias veces antes de poder articular palabra.

—Raven, ¿otro descanso? Casi se te sale un pulmón tosiendo y yo soy el fumador—se burló mi compañero—, juro que si salimos de esta, vas a empezar a entrenar conmigo.

En respuesta, solo le saqué mi cariñoso dedo medio.

—También tenemos que pensar qué haremos con mi coche, por pelearme con esos babosos no sé si se me cayeron las llaves o las dejé pegadas.

Rodé los ojos.

¿Cómo podía pensar en su coche en esos momentos?

—Hendrik—dije entrecortadamente.

Se acercó a mí y me paso un brazo por los hombros.

— ¿Vas a vomitar?

Negué bruscamente con la cabeza.

— ¿Entonces?

—La mochila...—señalé con la mano—, la linterna.

— ¿Traemos una linterna?—preguntó pegando un brinco estupefacto.

Bufé divertida, éramos tal para cual y de los dos...no se hacia uno.

Mi compañero, dejó caer la mochila al suelo y se agachó ansioso a hurgar entre las cosas hasta sacar el objeto de la discordia, cuando me lo pasó, pude notar como sus manos temblaban y los nudillos comenzaban a hincharse. Me sentí mal por él, debía de dolerle mucho y yo no podía hacer nada.

— ¿Raven? —me llamó.

Aparté la mirada y me centré en verlo directo a los ojos.

Hendrik, volvió a incorporarse y se acomodó la mochila al hombro.

—Despabila, cariño—me pidió dándome unas palmadas en la espalda—, no te sientas mal, sabes que haría cualquier cosa por ti—sonrió de par en par—. Creo que ya falta poco para llegar a la casa de Orion, ¿vamos?

Asentí.

Encendí la linterna y enseguida me sentí reconfortada. Recordé el sentimiento de seguridad que me daba la lamparita de noche que tenía al lado de mi cama cuando era pequeña.

¿Por qué rumbo deberíamos seguir?, ¿Izquierda? Alucé en esa dirección o, ¿derecha?

—Mierda—solté.

Apagué la luz y la oscuridad volvió a hacer acto de presencia.

Las cosas siempre pueden ponerse peores y más raras, amigos, nunca duden de eso.

Historias que los muertos cuentanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora