CAPÍTULO 1

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Comenzamos con esta historia, triste y vacía.
Espero y esto nos ayude a conocer la fuerte vida de nuestra pequeña Beize y entender un poco más porque hizo lo que hizo.

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"PRIMERO DE SEPTIEMBRE"

Tik.

Tak.

Tik.

Tak.

Cuarenta y dos minutos. Cuarenta y dos minutos llevo sentada en esta silla, cuarenta y dos minutos llevo apreciando el vestido negro sobre mi cama. Cuarenta y dos minutos tengo convenciéndome de que puedo sobrevivir a esto un día más.

Nunca he tenido una fiesta de cumpleaños, mi cumpleaños ha pasado tan desapercibido que muchas veces lo olvido. Solo cuando siento la casa sumida en un silencio intranquilo y los veo a todos llegando de negro, es cuando recuerdo que cumplo un año más, es cuando recuerdo que hoy es un día importante para ellos.

Muerdo mi labio inferior y me replanteo nuevamente la idea de irme, tal vez si me corto el pelo y me tiño de rubio pase desapercibida por su influencia.

Suspiro, aunque la idea de irte de tu casa fuera tan sencilla como simplemente cruzar la puerta y no volver a poner un pie dentro, recordaba la influencia que tienen en los medios, en los políticos y en todo canal de comunicación o rastreo, es imposible desaparecer.

Escucho sus voces en la planta baja, miro el reloj.

Doce en punto.

Miro hacia la ventana, el cielo oscuro se burlaba de mí, mostrándome las estrellas libres y brillantes.

Me doy la última mirada al espejo, siento mi estómago apretarse cuando por un segundo no me veo a mí, sino a ella. El mismo cabello azabache; las mismas pecas; la misma nariz respingada; los mismos labios rellenos y las mismas cejas tupidas.

Lo mismo.

Lo mismo.

Lo mismo.

Somos lo mismo, soy su imagen en vida, soy su copia exacta.

Aparto la vista del espejo y me levanto del tocador, tomo el vestido de tela suave entre mis manos. Sus mangas hasta las muñecas y su cuello de tortuga me tienen harta.

Es como si mi vida se basara en eso, en que todo sea igual. Muchas veces me pregunto por qué no me habían puesto su nombre, era lo único que me diferenciaba de ella.

Me puse el vestido, acomodo mi cabello detrás de mi espalda y salgo de la habitación, sus voces eran murmullos que me atormentan en mi infierno y su presencia los demonios que me siguen a todos lados, no puedo respirar, no puedo observar. Era como un cuadro colgado en la pared con un único propósito, mostrar una imagen para no olvidar.

No olvidarla a ella.

Cuando bajo las escaleras, es como si la sala se convirtiera en un mar negro, todos con una pequeña flor blanca en la mano mientras murmuraban entre ellos.

Me quedo ahí parada en el último escalón de la escalera. Todos me miran, todos con un sentimiento diferente.

Odio. Asco. Enfado. Desprecio.

Todos me miran recordándome lo que ya tengo grabado en la cabeza. Yo nunca seré aceptada en esta familia, nunca seré parte de ellos.

-¡Beize! ¡Cariño! -siento mi cuerpo abrazado por unos brazos delgados y un aroma dulce y empalagoso me azota. Miro una cabellera rubia que me envuelve. Me separo de la mujer con una sonrisa incómoda.

Familia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora