CAPITULO 3

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Como me duele ver sufrir a mi niña.
Está historia a veces es tan difícil de escribir por todo lo que ella sufre. De verdad que nadie mereces sufrir así.

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"COMO A UNA PERSONA"

—¿Por qué sigues en pijama?

Volteo a mirar a Blanc, vestido en un perfecto traje de color azul rey y su cabello perfectamente peinado. Quiero llorar al ver el rostro de papá en la cara joven de Blanc.

Aprieto los labios y me aferro a mis rodillas mientras me acomodo en el mueble bajo de mi ventana, una brisa furiosa golpea el cristal. Me encuentro aún en pijama, no tengo la fuerza para arreglarme y bajar a desayunar y así seguir la rutina que he creado en mis dieciséis años.

Me siento rota y usada. Prefiero mil veces las palizas ante la atrocidad que mi padre ha cometido hace tan solo unas horas, aún duele, aún me siento expuesta y el sangrado poco se ha detenido.

—No tengo hambre.

—No te he preguntado si tienes hambre —gruñe— papá ha preguntado por ti.

Me tenso, no quiero que pregunte por mí, que piense en mí. Lo quiero lejos.

—Dile que...

«Que lo odio, que lo detesto, que lo quiero muerto».

»Dile que me perdone, pero no me siento bien. Creo que voy a enfermar y no quiero contagiarlos —frunce las cejas, su mano se aprieta en el pomo de la puerta— mañana lo haré.

—Va a enojarse.

—Lo sé, pero será peor si enferma por mi culpa.

No dice nada, simplemente asiente y vuelve a cerrar la puerta y dejándome sola. No estoy acostumbrada a llorar, he aprendido que hacerlo nunca sirve de nada, pero ahora lo necesito. Ahora es diferente, ya no solo es el rechazo ni el odio que mi familia tiene por mí, es un dolor diferente, me quema, me arde el pecho y tengo ganas de olvidar lo que ha pasado.

Tapo mi boca porque no quiero que me escuchen llorar, no quiero levantar sospechas innecesarias. ¿Para qué? No sirve de nada, no puedo escapar ni pedir ayuda, mis hermanos no me creerían y nadie de la familia me ayudaría. ¿Valía verdaderamente la pena desnudarme y admitir lo que me ha hecho?

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Tomo el plato de la mesa con la intención de llevarlo a la cocina, la casa está sola. Las sirvientas deben estar en su hora de descanso y he aprovechado para bajar y comer algo, a pesar de que comer fue una tortura debido al asco, tuve que hacerlo. Tengo que actuar normal, tengo que fingir que nada ha pasado.

Por mi bien.

Mis manos se sumergen en el agua mientras el jabón se apodera del plato, estoy distraída, simplemente me concentro en la sensación de la espuma entre mis manos cuando escucho a alguien entrar a la cocina y acercarse a mí.

—¿Qué haces con eso puesto? —siento las manos de Blanc tomar la falda de mi vestido— mamá no usa verde.

Con rabia me muevo quitando la falda de entre sus manos y saco las mías del agua.

—Ella no, pero yo sí —gruño— ¿Tienes algún problema con eso?

Las fosas de su nariz se expanden y aprieta los puños. Me acerca aún más a mí, hasta pegar su pecho a mi hombro.

—Estás faltándome el respeto. Beize, no me hables de esa manera —advierte.

Siento la ira que emana de él, pero aun así no me importa. Hay una rabia que comienza a hervir en mi interior y no me deja cerrar la boca, estoy furiosa, furiosa con él, con todos. No quiero que nadie se me acerque, que me toquen o me dirijan la palabra. Quiero que todos dejan la casa y pueda hundirme en mi soledad, siento la necesidad de echarlos.

—No me faltes el respeto a mí, deja de comprarme con una maldita muerta.

Toma la botella vacía de vino sobre la isla de la cocina y con todas sus fuerzas la golpea sobre mi hombro. Siento los cristales rasgar mi piel, el dolor expandiéndose por toda la zona y las lágrimas vuelven a ser protagonistas en mi rostro. No tengo tiempo a gritar cuando la mitad de la botella aún en su mano estalla, esta vez sobre mi cabeza, mandándome hacia atrás, obligándome a pegarme a la pared.

» ¡Eres un idiota! —grito— ¡Un estúpido, supérala! ¡Enferm-...

Grita al igual que yo, empuja mi cuerpo y golpea mi cabeza contra la pared.

—Cállate, cállate para toda tu puta vida —su mano empuja mi cabeza contra la pared mientras murmura entre dientes sobre mi oído, temo que pueda morderme y hacerme daño. Es como un perro furioso y hambriento— no vuelvas a llamar a mi madre de esa forma ¡Nunca!

—¡No soy ella! ¡Está muerta! ¡Déjala! —lloro, pero eso a él no le importa.

Siento como todo estalla y el mundo comienza a darme vueltas cuando golpea mi cabeza con ira repetirás veces contra la pared. No lo soporto, lloro, me dejo caer al suelo y su pie golpea mi estómago. Vomito lo poco que he logrado comer y siento, no solo como heridas se abren en mi cuerpo y mente, sino como en el corazón se abre una herida que no sanara.

Palpita con rabia y me causa dolor, más que él de sus golpes. Es un dolor insistente, uno el cual continúa aun cuando Blanc toma la olla en la cocina y deja caer el líquido sobre mis piernas. Está caliente, no hierve, pero duele. No puedo gritar, solo lloro e intento calmar el dolor de mis piernas, puedo soportarlo, no es la primera vez que me quema con líquidos calientes. Pero no es el dolor de la herida lo que me desespera, es el de mi pecho, el que palpita en mi cabeza y me tortura.

Lloro aún más fuerte cuando dos manos retiran el cabello de mi rostro, estoy desorientada y veo borroso; no escucho de forma clara y puedo jurar que algunas cosas se mueven de lugar. Pero las manos me toman en brazos y me cargan, me abrazan con fuerza y me deja aferrarme a él.

Reconozco su perfume, reconozco la suavidad de la ropa de Elian, la forma en la que camina y la fuerza que utiliza.

¿Por qué me ayuda? ¿Por qué me abraza? ¿Por qué me cuida?

Todo se vuelve negro, cuando abro los ojos otra vez, estoy desnuda, metida en la tina, Elian lava mi cabello. Ya no veo borroso y escucho el agua correr con claridad, estoy mareada, pero mejor que antes. Quiero apartarlo y gritarle que no me toque, pero no puedo.

Estoy paralizada. ¿Me está bañando? ¿Por qué?

Es la primera vez que me trata con delicadeza, la primera vez que no parece tener los mismos ojos furiosos de Blanc, la destreza de padre. Es un Elian diferente, uno que simplemente se concentra en la tarea de dejar caer agua por mi espalda.

Me trata como a una persona.

No como un error, no como un animal o una carga. Me trata como a algo que quiere, a algo frágil, a algo que tiene miedo de romper.

Me duele la garganta, pero aun así soy capaz de preguntar:

—¿Por qué?

Continuará...

Familia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora