18. Un atardecer

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Ya se encontraban en Cartagena, apenas llegaron tomaron rumbo al hotel dónde pasarían el día. Volverían mañana en la mañana a Bogotá, sería un viaje muy corto pero muy significativo para ellos dos.

Ya tenían reservación para dos habitaciones, y no tenían ningún problema con eso porque sus habitaciones estaban juntas. Serían vecinos.

Entraron a ellas y dejaron sus cosas, lo primero que hicieron fue alistarse. Querían ir a comer y luego irían a la playa para pasar el día.

La pelinegra llevaba unos shorts de mezclilla y su bikini debajo que era un enterizo amarillo, así que, decidió no ponerse ninguna camiseta.

El castaño se colocó una camiseta blanca y sus shorts de baño azules, eran sus favoritos.

Fueron al restaurante del hotel, les dieron la carta y le pidieron lo que deseaban al mesero.

— Me está encantando todo.. — Ella observaba la gran ventana del restaurante, ya que, éste tenía vista al mar.

— Te prometo que la pasaremos increíble. — Le guiñó un ojo.

— De eso estoy segura.

Les dieron la comida que pidieron y la comieron con tranquilidad, hablaban sobre Cartagena y lo que harían luego de comer.

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Al acabar de comer, se encaminaron rápidamente a la playa, y aquí estaban, corriendo de un lado al otro en la orilla del mar.

Sandra observaba el horizonte, y de un momento a otro, sintió arena chocar con su mejilla. Volteó y vió a Mario riendo.

— ¿Fuiste tú, verdad? — Se acercaba a él a pasos lentos.

— No, cariño, no fui yo. Lo juro. — Mintió.

— ¿Sabías que jurar cuándo claramente sabes que mientes es malo? — Posó su mano en el pecho de Mario.

Él colocó un dedo en su mentón simulando que pensaba.

— Uhm, no lo sé, tomate. — Fingía inocencia.

— Mario, ¡Acabas de iniciar una guerra!

La menor tomó un puñado de arena y se lo tiró en el rostro a Calderón. Él se quejó y le tiró arena en el pecho a ella.

Gritaban mientras se tiraban arena e incluso el agua del mar.

— ¡Ya, basta! — Gritó la pelinegra.

— Cariño, ¿eso significa que aceptas tu derrota? — Preguntó con una sonrisa socarrona.

— No, significa que ya me aburrí de jugar. — Sobó sus ojos.

Mario acarició la cintura de Sandra.

— Bueno, ven, vamos a sentarnos mientras vemos el atardecer.

La llevó de la mano y se sentaron viendo el horizonte, escuchando el sonido del mar y la brisa moviendo sus cabellos.

El atardecer ya se hacía presente, Mario observaba a Sandra, le fascinaba la forma en la que el sol iluminaba su rostro. No hacía más que admirarla.

La pelinegra sintió una mirada sobre ella, volteó hacia el castaño y cayó en cuenta de que era él el que la miraba con pura atención.

Sus mejillas se tiñeron de rojo.

— ¿Q-qué tanto me miras? Me pones n-nerviosa.. — Jugó con sus manos.

— Eres muy bonita, por eso.

Sé que fue un error • MandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora