Año 1997
Luke
Comencé a descender del cielo nada más acabar la reunión.
El señor quería que me ocupase de una niña que estaba a punto de nacer.
Por lo que me había dicho el bebé se llamaría Emma, y nacería en el hospital de Coldwater dentro de unas horas.
Segundos más tarde mis pies descalzos hicieron contacto con el asfalto. Comencé a caminar, pero el sonido de los coches al rededor de mí me incomodaba.
Los vehículos pasaban por mi lado, por detrás e incluso a través de mí. Esa era alguna de las ventajas de ser un ángel, que eres como un fantasma.
Cuanto más me aproximaba a la ciudad menos presión sentía en mi pecho. Eso en verdad me alivió bastante.
Empecé a andar más rápido con la intención de tardar menos en llegar, y en una de estas tropecé y me caí de cara al suelo.
-Me cago en Dios.
Nada más acabar la frase noté un fuerte golpe en mi nuca.
Cuidado con lo que dices.
Genial.
Ahora también me daba el coñazo en la Tierra. Lo ignoré y seguí andando.
Los minutos pasaban y yo aún no llegaba a mi destino, y para encima hacía un calor terrible.
Media hora después visualicé unas pequeñas casas colocadas en fila y unas en frente de otras, por lo que me supuse que ya había llegado.
Ánimo Lucas, que ya te queda poco.
-Luke, es Luke.- repliqué. Odio que me llamen Lucas, suena a marica. -¿Cuánto tiempo me queda?
Tienes exactamente quince minutos para llegar al hospital, así que date prisa.
Asentí mirando al cielo. Reanudé la marcha de antes y me dirigí hacia donde el Señor me indicó anteriormente.
Vi cómo un taxi pasaba lentamente por el lateral contrario de la carretera. Sin pensarlo dos veces me lancé sobre él y atravesé el vehículo.
El conductor ni siquiera se había percatado de mi presencia.
Normal.
Bufé.
Me acomodé en el asiento del copiloto mientras el auto avanzaba hacia las afueras de la ciudad.
-Oye. -intenté llamar la atención de mi acompañante.
Este se tiró un pedo en respuesta. Puto cerdo, pensé.
El insoportable olor se hizo notable en seguida, y yo estaba por tirarme por la ventanilla.
Intenté llamar su atención de nuevo.
-Escucha, pedorro. -paró el coche en seco. Sonreí al ver que se veía muy asustado.
Giró la cabeza en todas las direcciones encontrándose con los vacios asientos traseros. Reí.
-Dos cosas; primero, como vuelvas a tirarte un cuesco te voy a meter un corcho por el culo, -tragó saliva sonoramente. -y segundo, conduce hasta el hospital.
-Pero...
-¡Que conduzcas!
No sé qué era lo que más miedo le causaba, mi tono de voz o el hecho que no me pudiese ver.
El hombre de mediana edad dio la vuelta y se dirigió al centro de la ciudad.
En un par de minutos el coche fue aparcado en la entrada del hospital. Coño por fin, pensé.
-Adiós. -el conductor no contestó. Normal, el pobre iba cagado de miedo.
Mueve tu gordo trasero Hemmings, sino no llegarás a tiempo.
-No te estreses viejo, hay tiempo de sobra.
Como llegues tarde voy a encargarme personalmente de mandarte de cabeza al infierno.
Auch.
Entré al edificio a toda prisa y miré el panel de información.
Maternidad, décima planta, leí.
Corrí hasta el ascensor, el cual estaba a punto de cerrarse. Hice mi último spring con intención de pasar antes de que la puerta se cerrase por completo, pero lo único que conseguí fue atravesarla.
En el reducido espacio se encontraban tres enfermeras y una camilla libre. Me aproximé a los botones del elevador y pulsé la décima tecla.
Después me tumbé en la camilla y descansé un rato. En menos de un minuto las puertas del cachivache se abrieron y las enfermeras empujaron de esta a toda prisa.
Llegamos hasta donde una mujer de unos 30 años de edad se retorcía de dolor al lado de un hombre. Dirigí mi vista hacia su aumentada tripa y en seguida supe que esa era Joanna, la madre de Emma.
-¡Rápido, a quirófano! -gritó una de las enfermeras.
Las otras dos ayudaron a Joanna a tumbarse en la camilla. Yo me bajé de ella y seguí a las cuatro mujeres hasta el bendito quirófano.
El hombre corrió a mi lado casi a la misma velocidad que yo. El pobre estaba estasiado.
-Tranquilo, todo saldrá bien. -le susurré al odio.
Él me respondio con una preocupada sonrisa.
-o-
Siete horas.
Ese era el tiempo que llevaba ahí adentro mirando la espantosa escena.
Al parecer Joanna no había dilatado nada más que tres centímetros, y al parecer eso no era bueno.
Dean, el hombre que la acompañaba y su marido, la sujetaba de la mano con la misma fuerza con la que su mujer hacía presión hacia abajo.
Otras siete horas más tardó Joanna en dilatar por completo, y por fin las cosas iban bien, o al menos eso era lo que yo pensaba.
-¡Sacadle la cabeza, vamos! -chilló el médico con voz grave.
La matrona hizo lo que el doctor le había mandado, pero le fue misión imposible.
-No puedo, -se quejó la mujer. -ayudadme, ¡vamos!
Dos enfermeros acudieron a su mandato.
De mientras yo me acerqué a Joanna y la cogí de la mano. Esta se quedó mirando en mi dirección impresionada, pero no le dio mucha importancia.
Al parecer ella sabía que estaba ahí.
-¡Ya sale! -dijo una enfermera. -¡Traed una toalla!
Le acercaron un paño blanco. La chica lo agarró bruscamente y se lo tendió a la matrona.
-Vamos amor, un último esfuerzo. -le dijo Dean a su esposa.
-Ánimo Joanna, tú puedes. -le susurré yo.
-o-
-Es una niña preciosa. -comenté.
-Lo es. -respondió ella.
Emma dormía tranquila en brazos de su madre. La escena me enternecía, como era de esperar.
Me senté en uno de los sillones individuales de la estancia. La habitación era algo pequeña, pero perfecta para una sola persona.
Alcancé la caja de bombones que descansaba sobre la mesilla y me comí un par de ellos.
-Eres su ángel, ¿verdad? -preguntó.
Dejé la caja en su lugar correspondiente y asentí con la cabeza.
-Así es.
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Ángel | l.h
FanfictionDespués de dieciocho años de espera, el ángel custodio de Emma por fin dará la cara.