Capítulo IV

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El ambiente estaba tenso, ardiente y divertido a partes iguales. Dos mejores amigos jugando a un juego que poco tenía de casualidad, mientras se sentían como jamás se habían sentido antes. Tocándose, explorándose, confirmando todo lo que sentían hacia el otro desde que ambos tenían memoria.

Louis echó su cabeza hacia atrás una vez más, alzando su cadera todo lo que pudo para adentrarse en la pequeña y traviesa boca de su mejor amigo, quien introducía y sacaba su miembro tan rápido que a penas le dejaba tiempo para respirar.

La espalda del ojiazul pegada a la pared, su nuca doblada al tener la cabeza inclinada hacia atrás, y su mano tirando ligeramente de los rizos del ojiverde, quien ahuecó sus mejillas succionando con fuerza.

—Oh por Dios. —resopló, cerrando los ojos una vez más—. ¿Dónde mierda has aprendido eso?

—¿Qué importa ahora? —sonrió travieso, serpenteando sobre el glande de su mejor amigo. Este último no pudo evitar jadear con fuerza.

—Maldita sea, Harold.

Ni siquiera fue capaz de notar con antelación el fuerte orgasmo que saqueó su cuerpo por completo, haciendo de él un diminuto cuerpo tembloroso. Su espalda se arqueó de nuevo al contraerse por dentro, e instintivamente apretó la cabeza de su mejor amigo hacia él, buscando su máximo contacto posible.

Tuvo que permanecer unos segundos sin moverse, recuperando la normalidad de su respiración. Sin embargo, cuando sus ojos azules bajaron hasta encontrar los verdes de su mejor amigo, sonrió con diversión.

—De haber sabido esto antes, no habría perdido tanto tiempo. —bromeó. Harry sonrió limpiándose la barbilla con el dorso de su mano, y lo observó con sumisión.

No se reconocían. No eran ellos.

Ahora, en aquel sótano dónde ambos compartían la intimidad del momento que pretendía unir sus corazones en uno solo, no eran más que dos mejores amigos confesándose por medio de gemidos perdidos y jadeos roncos todo lo que no se atrevían en pronunciar en voz alta.

Un Harry sumiso y obediente, y un Louis que amaba llevar el control de la situación. Dos mejores amigos, y un solo momento. Su momento.

La mano del ojiazul descendió despacio, agarrando con fuerza el cuello del rizado, quien no opuso resistencia alguna. Ni siquiera se inmutó cuando lo estampó contra la pared, aún agarrando su cuello sin llegar a hacerle daño.

Sin embargo, cuando la mano libre del castaño se deslizó despacio por el torso del ojiverde hasta agarrar su miembro, este se vio obligado a morder su labio, reprimiendo un fuerte gemido.

—No te atrevas a ahogarlos. Quiero oírlo, quiero oír lo que te hago sentir. —masculló sobre su boca, pegando su cuerpo al suyo todo lo que pudo. Su mano comenzó a moverse lentamente sobre el miembro del rizado, y apretó el agarre que mantenía sobre su cuello, haciéndolo jadear.

—B...bésame. —suplicó. Su cordura desaparecía un poco cada vez que la mano de su mejor amigo torturaba su más privada zona, y su cuerpo comenzó a temblar inevitablemente cuando este lo tentó, deslizando sus labios sobre los suyos sin llegar a pasar de un simple roce.

—¿Eso es lo que quieres?

—Sí, por favor.

—No es propio de un mejor amigo, besar a otro.

—Tampoco lo es hacerle una mamada, y yo te he hecho ver las putas estrellas. —reprochó, concentrándose en sus movimientos. El ojiazul dejó escapar una pequeña risa que no pasó desapercibida para él.

—Eso ha sonado muy hetero.

—Pero no se ha sentido igual, ¿cierto? —vaciló, mirándolo con diversión. Sin embargo, toda risa fue callada cuando el pulgar de su mejor amigo subió hasta su glande, torturando su punta de una forma tan piadosa que incluso llegó a doler—. Eres malo —reprochó, sintiéndose indefenso bajo sus movimientos. El castaño sonrió rozando sus labios una vez más.

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