«Suspicions»

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—¿Dónde estabas?— Preguntó su padre en cuanto ella atravesó la puerta de la casa —Falta media hora para el toque de queda y tú no aparecías, lo único que me mandaste fue un mensaje que estarías con Henry y Megan y no contestabas tú teléfono, sabes...

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—¿Dónde estabas?— Preguntó su padre en cuanto ella atravesó la puerta de la casa —Falta media hora para el toque de queda y tú no aparecías, lo único que me mandaste fue un mensaje que estarías con Henry y Megan y no contestabas tú teléfono, sabes lo peligroso que es estar afuera— Regaño el hombre con severidad.

—Lo siento papá— Se disculpó, era consciente de lo terriblemente preocupado que debió de haber estado su progenitor con todo eso —Es sólo que el tiempo se pasó realmente rápido con ellos.

—Se que son tus amigos y te llevas bien con ellos, lo entiendo, pero por favor no vuelvas a hacer eso Sarah, le prometí a tú madre que te cuidaría y así lo haré, así que por favor no vuelvas a llegar tarde no con todo lo que está pasando— Pidió el hombre.

—De acuerdo papá no lo volveré a hacer, perdóname.

—Confío en ti cariño y en que lo harás— Comentó el hombre ya más tranquilo de tener a Sarah en casa —¿Quieres comer algo?— Preguntó una vez que la preocupación inicial pasó.

—¿Hiciste?

El hombre negó.

—Pedí pizza.

—Excelente, porque realmente muero de hambre— Sonrió yendo hacía la cocina con Ernesto detrás suyo.

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Su padre se lo había pedido, debía de hacerlo por él, solo por él sino quería más problemas, además se lo había prometido.

Henry también tenía razón; de nada serviría aquello, independientemente de si sospechaba de Roman o no, o de si no le concernía todo aquello, debía de evitar los problemas, por su padre principalmente y su empleo con los Russell.

Era la hora del descanso, no había visto a Roman Russell en la cafetería y por lo que sus amigos le habían dicho era probable que estuviera en la parte trasera de la escuela, por lo regular sino estaba en la cafetería siempre estaba ahí. Se dirigió hacía el lugar encontrandolo de inmediato y es que la mayoría de los alumnos, sino es que todos, no iban ahí.

El castaño estaba sentado en el piso con la cabeza recargada contra la pared dándole una calada a un cigarrillo que traía en mano.

Sarah de inmediato hizo una mueca  y un gestor de disgusto.

—Fumar es malo para tu salud y no deberías de hacerlo, ante la ley aún eres menor de edad— Sermoneo repentinamente.

—¿Viniste hasta aquí para darme un sermón?— Preguntó sin verla, con tranquilidad, mientras exhalaba el humo del cigarro y le volvía a dar otra calada.

—No, puedes hacer lo que quieras, no soy quien para darte sermones.

—Ni para acusarme— Dijo tranquilamente el castaño, aún sin verla.

A Strange Boy [Bill Skårsgard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora