SEGUNDAS OPORTUNIDADES

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CAPÍTULO 30

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

La gotas no dejaban de caer golpeando con fuerza los ventanales, mojando los pastos y alimentando a las flores del jardín. La temporada de lluvias había llegado llenando de un aire de nostalgia todo a su alrededor.

Hacía tres días que no se podía ver el sol en todo su esplendor a causa de las nubes espesas cargadas de agua que en el momento menos esperado se rompían para dejar caer el líquido de vida.

De la nada, un estruendoso trueno sacudió hasta la médula a las personas que se encontraban sentados en la mesa. El desayuno había sido puntualmente servido, pero por alguna extraña razón, ninguno era capaz de comer con comodidad y la razón pronto sería revelada.

El mayor de todos carraspeo al tiempo que con la servilleta limpiaba su boca, para finalmente dirigir unas palabras a uno de sus subordinados.

—¿Sigue afuera? – preguntó con el ceño fruncido.

El sujeto contestó apresuradamente. —Sí Oyabun, no se ha ido desde que el amo Ayagi volvió a la casa. Con hoy sería una semana. –Dijo esto último un tanto apenado, alejándose en cuanto el jefe movió la mano con fastidio.

Mientras tanto: Ryo, Mari y Aren dirigían la vista disimuladamente hacia Chihiro, quien no mostraba ni una sola expresión en su rostro mientras tomaba un par de trozos de salmón con sus palillos. Tal parecía que el comentario ni lo había inmutado haciendo aún más pesado el ambiente.

Por lo que Aren, incapaz de soportar la presión, llamó la atención de todos cuando golpeó la mesa con fuerza haciendo volar sus cubiertos.

—¡Nii-san!, ¡ya sal y habla con él! cuando me voy a la escuela ahí está, cuando regreso también me lo topo y si me asomo por la ventana de mi cuarto en la noche, él continúa pegado al portón ¡como un fantasma!, ¡da miedo!

Chihiro dedicó un vistazo rápido al pequeño deteniendo sus movimientos, para después, tomar el tazón con sopa de miso y darle unos buenos sorbos. Tras tragar su contenido se dignó a hablar. — Aren, no sé de qué hablas. Yo no he visto a nadie, ¿seguro que no puedes ver fantasmas? – agregó el castaño con tono tenebroso antes de llevar el tazón de nuevo a su boca.

—¡PAPÁAAAA! – gritó el menor exasperado. Ryo de inmediato intentó tranquilizarlo cuando sus pequeñas manos comenzaron a temblar.

—¡Ya basta los dos! – ordenó el viejo con una vena espantosamente sobresaltada palpitando en su sien. —Aren, cállate, no caigas en sus provocaciones. No seas ingenuo. - Dijo mirando al pequeño para después dirigirse al mayor — Y ¡tú! Arregla lo que tengas que arreglar con ese hombre. Ya no quiero verlo fuera de la casa parado como estatua. Quiero comer tranquilamente con mi familia y que saques tu maldito trasero de aquí y te pongas a trabajar. Ya te dieron de alta, ya estás perfecto, entonces ¡MUÉVETE! y la primera orden que te doy es: ¡LLÉVATE A ESA MIERDA LEJOS DE AQUÍ! – Demandó apuntando hacia Ramiro, quien, pese a la lluvia, se podía observar perfectamente desde la ventana del comedor.

El Oyabun lo habría mandado arreglar desde el día 1, pero su esposa le había impedido correrlo, alegando que solo Chihiro podía decidir aquello. Al principio el hombre no había entendido, pero con el pasar de los días comprendió que aquel que yacía cual guardia real al pie del cañón día y noche fuera de su mansión, era nada más y nada menos que el amante en turno de su hijo, o eso pensaba.

Mari dejó salir el aire retenido, Ryo sobaba la espalda de Aren, y Chihiro... bueno, él se limitaba a seguir comiendo.

Tres bocados más y finalmente había terminado. —Hoy me encargaré de eso padre. Pierda cuidado – fue lo único que dijo antes de ponerse de pie y caminar hacia su cuarto.

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