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Al siguiente día decidí que debía ir a clases, me desperté exactamente a las 6:15 am.

Me coloqué unos jeans rasgados de las rodillas, un suéter dos tallas más grandes de lo debido, unas vans y me hice una coleta alta.
Tomé mi mochila, dinero y bajé las escaleras. Cuando salí de casa el aire fresco se estampó contra mi rostro, caminé por el mismo parque de todos los días para llegar a la escuela. Una vez ahí me dirigí directamente al salón, no habían muchas personas ahí pero las pocas que estaban, no sacaban su inquietante mirada de mi. Saqué una libreta color negra que llevaba siempre conmigo y me dispuse a escribir algo.

10 minutos después sonó la campana y el salón se llenó de personas desagradables para mi.

Las clases transcurrieron como lo esperaba: aburridas.

En la hora del almuerzo mi mente y mis piernas tenían un debate sobre si ir hacia la cafetería o ir debajo de un árbol y esconderme por ahí hasta que las clases volvieran a iniciar.
Finalmente decidí que debía ser fuerte, me tiré bajo la sombra de un árbol y me quedé observando al cielo por lo menos 20 minutos. Mis pensamientos variaban e iban de aquí para allá, la campana interrumpió mi absoluta tranquilidad y concentración, no me quedó más que ponerme de pie, pero al intentar incorporarme por completo me tambaleé un poco.
Mi cabeza comenzó a dar vueltas y a doler tanto como podía, las imágenes ya no eran claras y un calor recorrió mi cuerpo entero, quedándose en mi cabeza.
Di un paso y lo siguiente que sentí fue el impacto de mi cabeza contra el césped, todo se tornó negro y mi conciencia se esfumó.

— Entonces... ¿Deberíamos llamar a su mamá?

— Es lo más conveniente, también para mencionarle que ha estado faltando bastante a clases.

— De acuerdo, ahora mismo la localizamos.

Escuchaba ciertas voces que se sentían como gritos en mis oídos, aunque ciertamente estaba segura que no era así. Abrí los ojos con cuidado y toda luz brillaba tanto, casi hasta dejarme ciega.

— ¿Qué pasó? —Pregunté en un hilo de voz, sin saber exactamente a quien mirar.

— Señorita Baker, ¿se encuentra mejor?

— Le pregunté que me pasó.

— Se desmayó en el patio a la hora del almuerzo. —Dijo la directora con un evidente desinterés en ello.— Algunos de sus compañeros estaban presentes cuando esto ocurrió e intentaron auxiliarla.

— Vaya, ¿segura que no estaban aprovechando para ponerme algún cartel o robarme las cosas? —Pregunté mirándola a los ojos mientras me sentaba en la camilla.

— Por favor, debería estar agradecida en vez de hacer comentarios tan absurdos.

— Como se nota que no sabe nada.

Ella me miró haciéndome saber que no entendía de lo que hablaba, me levanté como pude tomando las cosas e intenté salir de ahí.

— ¿A dónde cree que va?

— A donde no esté usted, con su permiso. —Le hice una pequeña reverencia a la directora para luego negar con diversión y salí empujando a los demás presentes ahí.

Ya no importaba si llamaban a mi madre, ella nunca tenía tiempo. Trabajaba hasta luego del medio día y no podía abandonar su puesto por problemas escolares de su hija, nunca lo hacía. Yo estaba feliz por eso, no había nadie que me impidiera hacer lo que quería en casa, la mayoría de las veces cuando mamá salía del trabajo se iba con sus "amigos" a un bar, llegaba ebria por las noches y sin notar mi presencia ahí. Al principio dolía que se comportara así, pero con el paso del tiempo dejó de importarme y me acostumbré, también me di cuenta de las ventajas que eso tenía.

"The weight of death"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora