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Habían transcurrido quince días desde que comencé un estricto ayuno. Sólo había tenido dos desmayos, pero los dolores de cabeza constantemente seguían ahí.
De igual manera, podría decirse que ya me había acostumbrado a ellos.
No importaba cuanto tuviese que doler con tal de llegar hasta donde yo quería.

Había faltado bastante a la escuela en las últimas dos semanas, digamos que no tenía las fuerzas suficientes para levantarme de la cama y hacer todo lo demás.

Eran las 3:50 pm y como era costumbre mi estómago empezaba a arder anhelando un poco de alimento, pero no. Aún seguía en pijama, salí sigilosamente de mi habitación y corrí escaleras abajo para dirigirme a la cocina. Tomé un vaso con agua, dos, tres... Cuatro. Mi cabeza dolía demasiado, pronto sentí como las náuseas se hacían presentes. Llevé una de mis manos a mi boca y corrí al baño, una vez ahí tan sólo me dio tiempo de levantar la tapa del inodoro ya que expulsé toda el agua que anteriormente había ingerido.

"Mierda", pensé mientras me sentaba sobre las blancas baldosas del piso, respiré hondo una y otra vez. Estaba desesperada, necesitaba que todo esto acabase lo más pronto posible. Quería comer... Pero no quería subir de peso, no, no eso no.

Jalé la cadena y lavé mi rostro, además de mi boca. Salí inmediatamente del baño como si nada hubiese ocurrido, faltaba poco para que mamá llegase del trabajo y tenía que preparar todo.

Bajé de nuevo a la cocina y revisé el refrigerador, había pasta guardada así que tomé un plato y lo ensucié un poco con la pasta, dejando algunos restos de ella en éste.

Subí corriendo las escaleras y una vez en el segundo piso me giré de nuevo a ellas, comencé a subir
y bajar corriendo repetidas veces hasta sentir como mi cuerpo desfallecía por completo.

Escuché el sonido de la llave entrando en la cerradura de la puerta y luego a esta abrirse con un ligero rechinido en ella. Abrí mis ojos a tope y corrí hasta mi habitación, entré cerrando la puerta después de mi para recargarme en ella. Mi pecho subía y bajaba con rapidez, subir y bajar escaleras tantas veces resultaba cansado y más cuando no tenía energía.
Comencé a sacarme la ropa algo sudada hasta quedar en interior, toqué mis clavículas, mis costillas, mis caderas, mi estómago y finalmente mis piernas... Era gorda, me daba asco.
Me arrodillé frente a mi cama y debajo de ella saqué la báscula, me subí en ella y vi como los números avanzaban: 54 kg.

¿Una palabra para definir lo que sentía? Decepción.

¿Otra? Asco.

¿Más? Desesperación.

¿Una más? Rabia.

"The weight of death"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora