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Pasó una semana, Bastian volvía todos los días a correr diez cuadras, volvía a sentarse en el mismo banco de siempre, y a las 17:30 dirigía su vista hacia el balcón de la mujer. Como un fugitivo. El banco parecía estar reservado para él, y nadie más que yo sabía eso. Al igual que nadie más que yo sabía que ella ya no vivía allí.

Ni siquiera Bastian, lo cual era curioso. Yo seguía volviendo al mismo lugar, a la misma hora, al mismo banco, porque estaba acostumbrado, porque de cierta forma, como si de algún instinto se tratara, yo sentía que ella volvería.

Una semana pasó, y ella no abrió las ventanas, no tomó té, no corrió las cortinas. Bastian la extrañaba, y yo también, pero nadie la entrañaba como él lo hacía. Porque ellos se habían unido.

Él y ella eran el portapapeles de un sobre que nunca se entregó. Una puerta que nunca se cerró. Las flores muertas de un jardín. 

Para los íntimos, amor. |Bastian Schweinsteiger.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora