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Me encontré a Bastian en un bar, estaba solo, sentado en la barra mientras giraba un vaso de whisky. Me senté a su lado y él suspiró. 

—¿Esperás a alguien? —Pregunté de repente, como si fuéramos íntimos amigos. En realidad, podría decirse. Compartíamos el mismo pasatiempo, admirar a la mujer francesa. Un pasatiempo del más extravagante. 

—Sí, de hecho. Pero no ha venido, ya no creo que lo haga.

—Parecés decepcionado. 

Él rió. —Lo estoy. ¿Cómo te diste cuenta?

Esta vez, yo reí. —Soy muy observador —asentí, como si necesitara una coartada al respecto—  observar podría considerarse un arte. 

Bastian se reincorporó en el asiento, estaba atento a lo que diría luego. Evidentemente le interesaba.

—Muchas veces me lo reprochan, porque imagino cómo quedaría cualquier objeto insignificante en otra posición, en otro ambiente, con otra iluminación. Entonces siempre parezco perdido, ausente. Y eso es aplicable con las personas, cuando realmente las observas, logras interpretar sus movimientos, su mirada, cada uno de sus gestos. Entonces podés descubrir cosas sobre ellos, que tal vez ni lo sepan de ellos mismos. Observar es el arte de no reaccionar, leí por ahí.

—Observar es el arte de interpretar. —Agregó Bastian, y yo solo me limité a asentir.

—Entonces, ambos son artistas. Y yo soy su obra de arte. —Habló un, una tercera. 

Para los íntimos, amor. |Bastian Schweinsteiger.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora