¿Feliz Año Nuevo?

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Sobre una chica y unas fiestas en familia.



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De pequeña las fiestas de invierno eran especiales. Regalos, juegos en familia. De pequeña todo eran risas y alegría. Ya no más. No se cuándo cambió. Cuando las preguntas sobre los estudios que me hacían mis tíos pasaron a el incómodo, ¿y el novio? Mi abuela, más sutil que ellos, pasó de regalarme puzles a maquillaje y ahora ya me compra vestidos para "parecer una señorita".

Estoy sentada en la ventana de la cafetería del pueblo. Sí, en singular. En un pueblo pequeño la presión cuando no encajas se siente mucho más. Ya han pasado diez personas por la cristalera. Ocho me han reconocido, tres me han preguntado por mi vida (la parte que no les incomoda de ella) y otra pareja me han hablado de lo emocionados que están por casarse uniéndolo a que a ver si en su boda encuentro a mi chico ideal. Suspiro.

- ¿Un café feliz? – Pregunta Paula desde la barra.

- Que sean dos.

El café feliz es la explosión de energía y desinhibición que necesita mi cuerpo en este momento. La bebida no es más que café con vodka, el sabor es horrible. El efecto, inmediato. La creó Paula tras nuestro primer polvo. Fue aquí, en esta mesa, cuando estaba el local cerrado. Claro. Aquello fue el principio de una buena amistad. Recuerdo que tras probar la bebida y terminar la primera arcada me sentí aliviada. Aliviada por no ser la única. Claro, estadísticamente no podía ser la única sáfica en el pueblo. Pero ¿cómo encontrar a las otras?

Desde entonces vengo a acompañar a Paula siempre que puedo. No hablamos de nuestras cosas frente a los demás, no es necesario. Somos como dos espías infiltradas en un pueblo extraterrestre. Intercambiamos gestos, miradas y claves secretas. Como ahora. Con la mirada Paula señala a un grupo que acaba de entrar. Cinco chicas, jóvenes, muy bien maquilladas, todas con tacones y perfumes caros.

- Te has dejado una gota a la derecha del vaso y el centro. – Le digo a Paula mientras señalo el vaso que está secando.

Es una clave <<La de la derecha y la del centro>> hablo de las chicas claro. Jugamos a adivinar quién puede que se sienta atraída por las mujeres. En un pueblo como este es difícil saber algún día si habré acertado.

- Ya había visto la gota del centro. Gracias. – Dice Paula.

Se le escapa una sonrisa de medio lado. La chica del centro es sáfica confirmada. Vaya sorpresa. ¿Qué habrá hecho con ella? No lo cuestiono por celos, es más envidia. Ojalá jugar a esto tan bien como Paula. Ojalá poder tener novia, abiertamente, algún día.

Me reclino sobre la butaca mientras me bebo el café de un trago.

- ¿Qué te pasa? – pregunta Paula.

- ¿Será así siempre? – Pregunto.

- ¿Te arrepientes?

- No lo sé. Si lo digo a los cuatro vientos solo me rechazarán y seré señalada.

- No lo sabes, puede que tarden en acostumbrarse, pero si te señalan será más fácil para las otras chicas saber que existes ¿no?

- Ja, ja. Muy graciosa.

- Lo digo enserio. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

La campana de la entrada suena. Mi familia ya está aquí. Hemos quedado antes de ir a comprar para la cena de hoy. Nochevieja.

Repaso la lista de la compra con mi madre, mi tía y mi abuela. Noto la mirada de Paula sobre mí y la veo rascarse la cabeza mientras sonríe. "Piensas mucho" eso me quiere decir. Y tiene razón. ¿Y qué hago? Lo peor que me podría pasar está pasando. Vivo encerrada siendo quien no soy, amargada porque no amo. Aterrorizada del qué pasaría si.

- ¿Hay algo que eches en falta? – Pregunta mi abuela. Ser libre, pienso. – ¿Algo más que comprar?

- No, de eso no abuelita.

Mis tíos hacen un comentario sobre la falta de alcohol y repasan la lista añadiendo otros veinte platos. Nos levantamos y voy a pagar. Mi familia espera junto a la puerta. Ahora en la barra también está la chica del centro.

- Aquí tienes la cuenta -. Me pasa el ticket Paula.

Extiendo el dinero y cuando recibo el cambio me agarra del brazo y une nuestros labios. Detrás de mi se oye un grito de asombro. Mi abuela.

- La verdad te hará libre. – Susurra Paula.

Encaro una escena familiar que guardaré en la memoria toda la vida. Mi abuela con los ojos como platos y la boca abierta no deja de tener una expresión sorprendida a la vez que neutra. Mis tíos me miran con asco. Mi tía me sonríe, qué alivio. Mi madre, con cariño y escondiendo la risa, intenta reprenderme. No le salen las palabras. A mí tampoco. Solo digo:

- ¿Feliz Año Nuevo?

Relatos lésbicos: AntologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora