Capítulo 4

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Arte de Ten-Chan @10thTenbeing en Twitter.

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—¿Rezar, dices? —Xie Lian se arrodilla a su lado. Algo cálido, brillante y sumamente tierno revolotea en su pecho. —¿Por qué quieres rezar?

—Quiero agradecerle a este Dios.

Las cejas de Xie Lian se arquean. —¿Agradecerle?

—Mn. Por dejar que me quede en este santuario —explica Hua Cheng, su ojo fijo en la elaborada mascara de Xianle—, y por cuidar de mí.

—Hong-er, no tienes por qué agradecerle. Es lo que mereces.

—Quiero agradecerle —repite obstinadamente Hua Cheng—. Quiero ser un creyente. ¡Quiero ser su creyente! Así que tengo que saber cómo rezar.

La boca de Xie Lian se convierte en una pequeña y melancólica sonrisa. Tal parece que algunas cosas nunca cambian. —Su creyente ¿eh? Sabes, no es un gran Dios. Recoge basura todo el día, cocina muy mal, y es un gran pusilánime. ¿Cómo es que quieres creer en él?

—Es agradable —Hua Cheng mira furioso a Xie Lian—. Es bueno y le gusto. Quiero que sea mi Dios.

—Entonces, Hong-er —dice Xie Lian, incapaz de no sonreír al enfrentarse una vez más a la fe de su creyente más devoto —, por supuesto que te enseñaré. Cualquier Dios estaría honrado de tener a un seguidor tan devoto.

La furia de Hua Cheng se desvanece en un segundo, y se endereza emocionado. —¿En serio?

—En serio —Xie Lian se pone de pie y extiende su mano hacia él—. Ven, levántate. A este Dios no le gusta que las personas se arrodillen.

Hua Cheng se pone de pie, sujetando la mano de Xie Lian con fuerza. Juntos, hacen una reverencia ante la pintura de Xianle y encienden una varita de incienso antes de decir sus oraciones. Xie Lian —por muy tonto que sea rezarse a sí mismo— desea que Xianle mantenga a Hua Cheng a salvo, seguro, y feliz. Hua Cheng reza en silencio, su ojo cerrado y sus cejas fruncidas en concentración, más sin embargo, Xie Lian oye claramente sus palabras:

Dios, gracias por dejar que me quede aquí, gracias por cuidarme, y por hacer que ese tipo malo se vaya. Gracias por darme comida y dejarme jugar con Huaban y Ruoye, y por no tenerme miedo. Te prometo que intentaré ser bueno y haré todo lo que me digas. Por favor cuida de mi familia y asegúrate que estén a salvo mientras no estoy, y que no se enojen más conmigo.

Hay una pausa en la que Xie Lian cree que podría haber terminado. Pero entonces agrega:

Y tu comida no es tan mala.

Es todo un reto contenerse de estallar en carcajadas justo allí en el altar.

Cuando la varita de incienso se ha quemado por completo, y humo blanco flota alrededor de sus hombros, Hua Cheng pregunta: —Gege, ¿Crees que me escuchó?

—Estoy seguro que sí. Y también estoy seguro de que hará todo lo posible para responder a tus plegarias.

¿Hua Cheng le había rezado antes? Xie Lian supone que sí. Tal vez no con incienso, o con alguna otra ofrenda aparte de una pequeña flor blanca, pero seguramente lo hizo. Ahora Le duele darse cuenta de que debió de haber pasado por alto esas oraciones; hubo tantas, antes de la caída de Xianle, y la voz de un pequeñito devoto debió haberse perdido o pasada a uno de sus subordinados. Luego hubo un período de ochocientos años en el que sus poderes espirituales estaban retenidos y no pudo oír ninguna oración, aunque no tiene dudas de que igualmente Hua Cheng le rezó.

Dios Sabe Que He Sido IngenuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora