Extra

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Ren.

Ren era simplemente un torbellino con pilas ultra durables.

A sus cortos dos años había logrado hacerlo correr tras ella más de lo que había corrido toda su vida. Apenas había aprendido a gatear se dió cuenta que su juego favorito era asustar a sus padres mientras huía de ellos, mejor ni hablar de cuando aprendió a correr. Aún no sabía de dónde su pequeña tenía tanta energía porque la única vez que parecía estar tranquila era cuando dormía, la única vez que parecía un angelito.

A Sunan le encantaba ir tras de ella mientras la niña corría riendo, eso lo volvía loco ya que podía pasarle cualquier cosa pero al parecer la pequeña era de acero. Siempre que se caía por estar corriendo no lloraba, se ponía de pie y seguía con su carrera. Si seguía así lo dejaría sin energías y envejeceria muy rápido. En realidad ya se sentía un poco viejo así que solo dejo que Mew la siguiera por la casa mientras el se sentaba junto a Ming que miraba la televisión.

Ojalá Ren hubiera sido igual de tranquila que su bebé chiquito, le hubiera ahorrado tanta energía. Parecía que en esa familia los únicos con amor al sueño eran Ming y el, adoraba tomar siesta con el pequeño siempre que Ren estaba a cargo del castaño o de sus abuelos.

— Mami ¿Por qué estás tan cansado?.— pregunto el pequeño acercandose para abrazarlo.

— Porque aún no me acostumbro al correcaminos que se hace llamar tu hermana. Un día de estos la dejaremos a cargo de tu padre y nosotros dos nos iremos algún lugar para estar solos.— le dijo acariciando su cabecita.

— Me parece perfecto.— le respondió el pequeño.

— Tengo serias dudas si en el hospital nos cambiaron la bebé y en vez de nuestra hija nos dieron una liebre. — dijo Mew apareciendo con la niña sobre sus hombros y Sunan caminando a su lado.

— Eso lo saco de tu parte, porque yo soy flojo desde que nací. — le echó la culpa sin dejar de darle mimos a Ming.

— Ren, mi dulce y loca Ren ¿Cuándo te cansaras? — le pregunto, pero la niña, que hablaba poco, solo se río en respuesta. Al menos estaba solo se reía y no pateaba.

— Llegué. — informo Jihu entrando por la puerta principal. El chico había crecido bastante en esos dos años, tanto físicamente como psicológicamente. Estaba tan alto como Mew, pero seguía siendo un ángel para sus hermanos y para su bolita.

— Tú y yo debemos hablar. — le dijo Mew amenazante.

— ¿De qué? — pregunto sentándose al lado de Gulf abrazándolo.

— No hablaremos frente a tus hermanos, así que sube. — le pidió. El joven hizo caso, Gulf no sabía el porqué de la seriedad de Mew. El castaño dejo a la bebé en un pequeño corral del cual aún no sabía escapar, gracias a dios. — Sunan mira un rato a Ren, si pasa algo nos avisas.

El niño asintió. Para él era un encanto mantener entretenida a la bebé.

Gulf subió junto a Mew a la habitación de Jihu la cual tenía todas las paredes llenas de dibujos.

— No entiendo por qué estás actuando tan serio. — dijo Gulf sentándose en la cama junto al joven.

— Hablemos de la cosa que tienes en el cuello. — apunto el cuello que Jihu intento cubrirse pero que Gulf alcanzó a ver. Un chupetón.

— ¿Qué pasa con eso? — pregunto nervioso.

— Pasa que nosotros dos quedamos en que me tendrías confianza y me contarías tus cosas. — dijo algo herido.

— No paso nada, papá, te lo aseguro. — le dijo intentando calmarlo.

— La garrapata si era muy garrapata al final. —murmuro caminando por la habitación. Gulf quiso reírse, pero sabía que no debía hacerlo.

— Deberías dejar de decirle así. — hablo Gulf divertido por la situación.

— ¡Mira cómo le dejo el cuello a tu hijo! ¡No quiero verlo nunca más en mi casa! — se quejó haciendo un berrinche.

— ¿Y tú Jihu? ¿Cómo lo dejaste a el ?. — pregunto conteniendo su risa.

— ¡Mamá! — se quejó porque sabía que se estaba divirtiendo con todo eso.

— Mínimo lo hayas dejado igual. — le pidió Mew.

— Peor. — susurro Jihu y Gulf solo pudo soltar las carcajadas que se había estado aguantando.

— No le veo la gracia, en serio. — gruño el castaño.

— Mew, mi amor, Jihu es un chico maduro e inteligente y sabe que si quiere hacer cosas con Kaori lo hará protegido. — dijo poniéndose de pie para abrazar a su pareja. — ¿Cierto, Jihu?

— Me lo han dicho tantas veces que ya me lo sé de memoria. — respondió.

— Te lo voy a escribir en un papel y se lo voy a pegar en la frente a la garrapata para que no se te olvide. — murmuró.

Jihu se puso de pie y se unió al abrazo.

— Te amo, te prometo que nunca haría algo que te decepcionará. — le susurro al castaño.

— Jihu, solo quiero que si haces algo lo hagas bien y tengas la suficiente confianza para contármelo. Yo también te amo y nunca me decepcionarías. — le respondió besando su frente.

— Mis dos bebés grandes. — les dijo Gulf dejándose abrazar por los más altos.

— ¡Ren se escapó! — escucharon como Sunan gritaba haciendo que Gulf cerrará sus ojos y se quejara.

— Yo voy por ella. — les dijo Jihu saliendo de la habitación.

— Deberíamos ponerle una correa. — se quejó Gulf escondiendo su cara en el cuello del rubio que solo de rió.

— Conseguí que mi mamá se quede con los niños el fin de semana. Así que por fin te tendré solito para mí. — murmuró coqueto abrazándolo.

— Ya te dije que no te dejare embarazarme de nuevo. — le dijo.

— Ya sé. Pero al menos podríamos intentarlo, digo para no perder la práctica. — apretó su cintura.

— Aceptó. — levantó su rostro para besarlo lentamente, disfrutando de la tranquilidad, de sus labios, de sus lenguas jugando mutuamente.

Tranquilidad que duró diez segundos, hasta que sintieron como algo se rompía abajo.

— ¡Necesito ayuda! — escucharon gritar a Jihu. Ambos se miraron con amor, tomaron sus manos y bajaron.

No importa que Ren fuera inquieta. No importa que estuvieran cansados, no importa que su vida fuera una completa locura. No les importaba nada de eso, porque lo único que les importaba era que tenían a sus bebés con ellos, sus cuatro hijos. Los cuatro que siempre fueron destinados a estar con ellos.

Sus hijos. Su bebé grande, su niño curioso, su bebé chiquito y su niña traviesa.

Ellos siempre intentarían ser los mejores padres. Y lo estaban logrando.

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