- Ella. -
Anudo bien mi gastado aunque limpio delantal, dispuesta a empezar la jornada. Un día nuevo que para mí es antiguo, en una espiral de cocinar, servir, limpiar y escuchar las monótonas historias de los asiduos al café.
Las puertas se abren por primera vez, son las tres y cinco, y antes de saludarme yo ya sé quién entra.
- Buenas tardes Sungkyung-shi.
- Hola Hyoming. Hola Sori - me agacho un poco hacia ella-, no llores cariño que te voy a poner los pasteles más bonitos que encuentre, ¿Si?.
- Vale... Gracias Sungkyung unnie...
- Lo siento - me comunicaba una preocupada y algo avergonzada madre por las lágrimas de su hija- otra vez lo mismo... Le digo que todo irá bien, que no pasa nada, que papá nos quiere y que ya volverá pero siempre que viene del colegio algún niño se ha burlado de ella por este asunto, ¿es la educación que les damos lo que falla o está escrito en el ADN humano ir cada vez a peor? Hoy le han dicho que es fea y su padre se ha ido para no verla más ¿Te lo puedes creer? Ella no va a llorar delante de los niños, es orgullosa como su mamá, pero entonces vuelve a casa y al no verle allí... - Su voz se entrecorta mientras dice las últimas palabras -
- Venga mujer, que para ti también habrá pasteles bonitos. -Expreso con un guiño de ojos.
Me sonríe con las últimas fuerzas que le quedan y se sienta en su mesa, como cada tarde, desde hace ya casi un mes.
Cada vez estoy más cansada de la vida, de este café y de mí; por lo pronto me odio por oír los problemas de la gente pensando en que ojalá no me los contaran. Me pregunto desde hace algún tiempo si hice bien al tomar la decisión de montar este local. Lidiar con los demás cuando no puedo ni conmigo misma.
La puerta suena y voy preparando el café. Una mujer mayor, de la cual se poco, y agradezco ese hecho, viene también desde hace algún tiempo y se sienta siempre en el mismo lugar sin intercambiar más palabra que lo básico para entendernos. Supongo que ella es como yo, una mujer que hace las cosas por costumbre.
- Y ya está.- Me digo a mí misma, pues mi turno no es sino este, atender a un par de personas, dar indicaciones a un perdido turista y entregar paquetes con mis dulces a distintos comerciantes. Coloco mis creaciones lo más bonito posible en el mostrador, más por rutina que por objetivo personal, pero entonces diviso una figura al otro lado del cristal de este.
La luz que deja pasar la puerta tras de sí hace que me cueste distinguir bien su rostro, así que le miro con curiosidad.
No me dice nada por lo que deduzco que obviamente comerciante no es, tampoco tiene aspecto de turista, ni siquiera se si hablará o no mi idioma, ahora bien, si quiere café, lo tendrá. Le extiendo la carta con una amable sonrisa que dudo el advierta pues está cabizbajo.
Al menos ha cogido la carta.Sigo colocando los pasteles, absorta en el hilo abrumador de mis pensamientos, mientras noto cómo una presencia me observa, evito mirar para no encontrarnos. Le daré tiempo a decidir que quiere tomar.
El tiempo pasa y yo solo puedo pensar en ese nuevo y misterioso chico que no me llama ni viene a la barra a pedir. Me decido a mirarle aun contemplando la posible reciprocidad, pero para mi sorpresa está escribiendo y mirando por la ventana en bucle, tal como el vaivén de las olas del mar.
Voy despacio hacia él con mi cuaderno en mano, camino marcando el ruido de mis tacones, mas no logro llamar su atención.
- ¿Sabe ya lo que quiere?
Sobresaltado levanta su cabeza hacia mí, entonces unos intimidantes y profundos ojos verdes se fijan en los míos, no logro adivinar lo que pasa por su cabeza, quién es o cuál es su historia, tampoco por qué todo ello repentinamente me importa. - Ahora resultará que soy curiosa y todo - pienso para mí.
El joven señala un menú de la carta sin dejar de mirarme, lo que empieza a exaltar mi respiración.
Le retiro el papel y observo lo que ha decidido para preparárselo. El café especial de la casa con tartaleta de hojaldre, canela y miel. Tiene buen gusto, creí que sería más de donuts, cómo todos los chavales de hoy. - Y por estas cosas decía tu mamá que uno no debe prejuzgar a la gente Sungkyung; si no luego te equivocas...-
La tarde pasa, los comerciantes llegan y se van, el turista perdido se encuentra, la mamá y la niña marchan, la señora mayor se despide con cordialidad; y ahí sigue él... Le observo mientras limpio aprovechando lo concentrado que está. Debe tener la misma edad que yo, quizá algún año menos, sin embargo en su porte, en su mirada, se refleja el saber que sólo te concede la edad.
Guardo y preparo todo para mañana. Limpio la cocina con la tranquilidad que desde hace tiempo no suelo tener cerrando de noche sola.
Escucho desde dentro el sonido que hace mi vieja puerta al cerrar. - ¿Se ha marchado así sin más? ¿Y qué esperabas que hiciera? - me corrijo instantáneamente.
Voy a su lejana mesa y recojo el dinero, está sobre una hoja de cuartilla con algo escrito que no me resisto a leer.
"No quiero ripios
y me sobran ornamentos
para dedicarte esta oda
oh edénico cabello
oro que muchos ansían.
Juego peligroso el del viento
profanando los sentidos
y los traviesos pensamientos
que me son a mí prohibidos."
Me río incrédula. Wou ¿Esto irá por mí? ¿Edénico cabello? - me pregunto enredando mis dedos en este de forma juguetona automáticamente - ¿Al menos es original no? Y tiene talento, debo reconocérselo.. Pero, ¿le funcionará con alguna? ¿Hacerse el enigmático y luego dejarle un escrito así? Pues nada, si mañana viene y espera que le diga algo lo lleva claro. Suspiro guardando su nota en el bolsillo de mi delantal y llevando el dinero en mano a caja.
Echo la llave y la puerta se cierra.
- Hasta mañana café.
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Hora de un café
RomanceDiviso un local de aspecto disonante bastante apartado del bullicio, emite un cálido y dulce aroma que no puedo eludir. Tiene cierto halo mágico que me maravilla nada más entrar. Sin embargo al mirar hacia el mostrador advierto que hay algo allí qu...