Picante.

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- Él.

Los segundos corren más de lo habitual y se atropellan los minutos. 

Tiene que cerrar pero me hallo embriagado de sus elocuentes y risueñas palabras, y cautivo de la línea curva de sus labios. 

Me doy cuenta de que, a diferencia de ella, la espontaneidad no me caracteriza; yo necesito el tiempo de meditar para dejar salir ordenadamente mis ideas, pero a su lado todo es premura y fluidez.

Como un meteorito que sin previo aviso golpea el aire y rompe cada muro hasta llegar a tierra, ella me ha azotado y sacudido penetrando cada barrera hasta aterrizar en mí. Y como este, es fugaz, belleza y destrucción.

Ella sigue hablando sobre sus dulces, me cuenta el porqué de sus decisiones, la rutina de sus días, me abre las puertas a su mente, y noto que me apresa y que me pierdo en los renglones de su historia con deseo de hacerla también mía.

Le ayudo a recoger. Me da permiso de pasar junto a ella a través de la pequeña puerta de madera que nos separa a cada lado del mostrador. Cojo mi plato y mi taza con torpeza y me percato asombrado de cuantas cosas es capaz de sostener y portar a la vez. Me señala la puerta tras ella con ánimo de que se la abra y pasemos, y como caballero que trato de ser aprieto bien fuerte los objetos para no dejarlos caer y empujo ligeramente hasta abrirla.

- Es increíble. El hogar de un genio. - Digo apresado por el momento y lugar. Estoy entrando en la cocina y todo es hermoso hasta donde la tenue luz que las cortinas y la noche me muestran. Los ingredientes están disciplinadamente ordenados en tarros con su nombre escrito a mano. Hay diferentes delantales colgados originalmente en manecillas de reloj ancladas a la pared de ladrillo. Hornos y fuegos frente a la despensa abierta repleta de productos y en el centro una isla con una encimera de madera lista para recibir golpes y participar en las labores de la cocina como una silente compañera.

Noto que ella me mira y sonríe con amplitud, pues me permite ver las perlas de su húmeda cueva.

Depositamos los utensilios en una pila a nuestra derecha. Ella se disponía a dejar su delantal en la manecilla vacía de enfrente pero me había explicado en qué consistía su jornada laboral por lo que sin dudar me coloco un par de guantes del fregadero y me abro el grifo listo para fregar. Ella me escruta con extrañeza pero no quiero que acumule trabajo por mi culpa para otro día y sabe que esa es mi razón, por ello, aunque en su semblante veo su afán de lucha, finalmente se rinde y se sitúa a mi lado con un suspiro infantil para hacerlo juntos.

- Si buscabas trabajo dímelo.- Bromea con aire ufano.

Veinte minutos después terminamos de limpiarlo todo, y la espero en la puerta mientras apaga las luces y cierra su chirriante verja anciana con un candado. Entonces me percato de que su semblante cambia y no logro distinguir la emoción que irradia. 

Pero sé cuál es la mía por lo que haciendo acopio de valor me adelanto:

- Me gustaría pasear contigo y acompañarte a casa, si me lo permites.

La noto titubear por lo que continúo y pronuncio lentamente mis palabras como si con eso ella pudiese notar mi profunda sinceridad.

- Honestamente, no quiero que este momento acabe.

Ahora sí puedo ver lo que irradia y es estupor. Pocas han sido mis intervenciones esta noche por lo que esta en particular ha debido sorprenderla. Aunque nunca más que lo que hizo a continuación, pues sin previo aviso noto cómo rápidamente entrelaza su cálida mano a la mía y tira juguetonamente de mí para colocarme a su lado.

Mis mejillas deben estar hirviendo pues es tarde en la noche pero el álgido clima no hace su rutinaria presencia hoy.

Paseamos en silencio solo durante un par de manzanas. Ignoraba que su casa estuviese tan cerca y me avergüenzo de mi ofrecimiento a acompañarla insinuando protegerla. Ahora sí se acerca el final de la noche más mágica de toda mi vida pero no puedo hacer nada más salvo aceptar la derrota al siempre ganador tiempo. 

Entonces el silencio que nos separa se rompe al igual que mi tácita capacidad de pensar y el ritmo educado de mi corazón cuando interrumpe el hilo abrumador de mis pensamientos con una pregunta.

- ¿Quieres pasar? - inquiriere curiosa mas sin mirarme directamente a los ojos.

En ese momento noto como todo a mi alrededor se para. Ya no hay palabras en mi mente, no existe el meditar profundo ni el buscar la belleza, en ese instante solo queda un acto reflejo, sostener su rostro entre mis manos y besarla con el anhelo vehemente que pide más.

Esta noche ella ha sido la dueña de las palabras pero ahora yo sería el dueño de su habitación.

...

Mi pulso sigue abrumado y me pregunto cómo el vaivén de mi pecho no la despierta. Los verbos vuelven a hacer acto de presencia tras haber forjado la poesía más hermosa con la naturaleza ávida de nuestros cuerpos. 

Un inmejorable punto y final para una múltiple vida inacabada que pronto daría su última exhalación.

"No quiero irme y que deje de confiar en otros - pienso tristemente para mí - ni de disfrutar de las pequeñas cosas que le gustan, ni de amar... Pero tampoco puedo darle la razón. Egoístamente, no estoy preparado ni quiero que una despedida sea su último recuerdo conmigo. No, nosotros, esta noche juntos, ese debe ser."

Tras esa última reflexión una nítida idea asoma por mi mente.

Me levanto con cuidado para no perturbar sus sueños, escribo una nota que dejo en su escritorio y la observo ensimismado unos minutos más. Coloco sus dorados cabellos dejando su hermoso rostro al descubierto y acerco mi nariz a este para recordarlo hasta el final de mis días.

Entonces, con un sabor dulce y amargo como el café, me voy.



Hora de un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora