♣11. ¡Corre, alteza, corre!♣

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En la casona naturalista el gran banquete se había convertido en una fiesta alborotada. De sobremesa los invitados habían decidido quedarse en el salón conversando animadamente y bebiendo sin recelo.

La música no cesó ni un segundo, pasando de suaves melodías a desenfrenos de tambores. Algunos de los más contentos se dejaban llevar por el ritmo y bailan ruidosamente. Marina y Annabella eran de las más entusiastas. Con su nuevo círculo de amigos danzaban dando vueltas y saltos estrepitosos en medio del salón. Las risas a veces sobrepasaban los acordes del laúd y contagiaban a los presentes.

Katherine las continuaba observando de lejos. A pesar de su rostro rígido sentía una especie de complacencia al verlas divertirse. Se contenía para no regañarlas cuando rompían el protocolo oficial como en aquel preciso instante. Pero ya habían sido tantas las veces que sabía que ni ella misma les impediría pasarla bien sin control. La mirada se perdía entre los saltos rítmicos de la danza y se dejó llevar por sus pensamientos. A pesar de no demostrarlo, la inquietud no la abandonaba ni un solo momento.

Elizabeth no salía de su mente. La duda se apoderaba de ella como tantas otras veces.«Tal vez hubiera sido mejor que estuviera ahora allí». Pero ya no podía hacer regresar el tiempo atrás. Todo se había transformado en un desastre. Elizabeth descubrió de la peor manera que fue engañada toda su vida y escapó exaltada. Sin beber la poción que todos estos años había preparado para ella, que dominaba sus demonios internos y con la ira que debía sentir, Elizabeth iba a desatar sus poderes sin control, de eso estaba completamente segura. Conocía su carácter y eso era muy peligroso.

El susurro sinuoso de la capa de Antuan la hizo volverse, para encontrárselo como un fantasma detrás de la columna más cercana, mirándola con esa extraña mirada tan de él, que no acababa de entender. Tantos años a su lado y no podía acostumbrarse a esa forma de sombra fantasmal que hacían a Antuan tan valioso para sus asuntos más discretos. A veces imaginaba que tal vez realmente era un ser sobrenatural. Dio un paso hacía él y los dos quedaron disimulados por la ancha columna de piedra. Katherine se sonrió al notar el leve estremecimiento del Comandante.

—Mi señora... — le saludó con una reverencia

—Antuan... ¿le entregaste la nota y el frasco a la Sacerdotisa Nun como te ordené?

—Si mi señora.

—Esperemos que la Sacerdotisa entienda la importancia de no subestimar lo que le he ordenado. Aunque doblegar a una Elemental siempre es un reto. Son muy fieles a Inna y al Templo, y decididamente muy obstinadas... — miró sin querer a Anna mientras decía la frase.

—Se la entregué en el preciso momento en que se marchaba con la Gran Sacerdotisa y algunas otras del séquito... — Katherine alzó una ceja sorprendiéndose de la noticia.

—Entonces... ¿Inna se marchó...? ¿A estas horas de la noche? Eso es muy extraño viniendo de ella. ¿Estás seguro que no se ha enterado de la nota?

—No. El viaje ya estaba preparado de antes. Además el rostro de la Sacerdotisa del Primer Orden no daba a entender que la orden fuera insultante como para quejarse ante la Gran Sacerdotisa, incluso sonrío. Lo que es muy raro, en verdad,... mi señora... es que han hecho magia abiertamente. Se han ido volando, literalmente. El carruaje se ha iluminado de azul y ha flotado... — contó con algo de sorpresa. Katherine no pudo evitar volver a sonreír ante la cara de asombro de Antuan escuchando sus propias palabras. Pero a la vez se quedó muy preocupada.

—Inna verdaderamente tendría mucha urgencia de llegar al Templo si realizó el hechizo velovius para que el carruaje surcara los cielos con el peligro de incumplir la Ley de Uso De Baja Magia de los naturalistas en su propia cara y ponerse en entredicho.

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