El sol estaba casi en su cenit en aquella mañana hermosa y despejada. A través de la ventana de la alcoba de Shell en el segundo nivel del Templo, Annabella observaba el ajetreo en los jardines y en el anfiteatro de ritos. Todo el cónclave estaba volcado en los preparativos del gran recibimiento de su Reina. Pero contraria al despejado y claro cielo de la mañana, la mente de Annabella era un remolino de angustia, confusión y rabia.
Shell le contó todo, o al menos lo que conocía, sobre su hermana, sobre el Círculo y sobre el desconcertante futuro de todo el reino. Y aunque tendría que, por propio pedido de su sacerdotisa, callarse todo lo conocido, no sabía si su ira ante la presencia de la Eritrians se contendría. Incluso ya no confiaba ni siquiera en su Suma Sacerdotisa. Quería explotar y declararles la guerra a todos pero tenía que acatar el consejo de Shell, había mucho más que investigar y ellas de este lado eran las únicas que podían ayudar a Elizabeth.
«Por la Diosa, Elizabeth se suponía que era vacía y puede que sea la más poderosa del reino».Todo aquello era increíble y completamente cierto. Temía que la venganza cegara el alma de su hermana. «No, no podía ser posible, Eli tenía el alma más noble que hubiese conocido. No pensaría ni siquiera eso.» Los sutiles susurros de la toga de Shell le sacó de sus cavilaciones pero no se volteó.
Se había quedado de espaldas mientras ella se cambiaba de ropa. Quedarse reflexionando en todo lo que hablaron le había ayudado a opacar el nerviosismo que le creó cuando le dijo que se volteara para ella asearse y cambiarse. No podía entender porque le ponía tan intranquila compartir momentos tan íntimos con Shell, a la que no le incomodaba en lo más mínimo, o al menos así parecía. ¿Era tonto?,tal vez, y debía dejar de sentirse así.
— Ya estoy lista, usted debería ir a su habitación y arreglarse alteza. — dijo serenamente.
Annabella se giró al fin y se quedó inerte. Shell estaba demasiado hermosa. No tenía ni sombra del demacrado rostro con que la recibió horas antes. Su túnica de gala de Segundo Orden, con sus honores de intrincados bordados plateados, resplandecía sobre su piel tan blanca y perfumada. El modelo escogido tenía un hombro plegado con un broche para que disimulara su vendaje y se veía elegante.
El rebelde cabello rojo estaba medio dominado en una trenza suave y no pudo estar segura pero parecía que se había maquillado muy tímidamente. Anna no podía dejar de mirarla y la boca se le quedó media abierta del asombro. Shell se ruborizó al notarlo y se encogió de hombros haciéndola reaccionar.
— ¿Todo bien?
— Si, este... nada. Tienes razón... debo ir a cambiarme antes de que todas salgan en mi búsqueda — movió la cabeza y se dirigió a la puerta.
— Nos encontraremos abajo — dijo antes de que Anna abriera— Y por favor alteza... — casi suplicó.
— Ya sé Shell, no te preocupes. Por cierto, tendré que arreglarme mucho para superarte este día. — sonrió ante la cara roja de su sacerdotisa. Abrió la puerta y se encontró con Giana que le saludó con una reverencia.
— ¿Vamos a su habitación alteza? — preguntó serena sin indagar más y a Annabella le encantaba que fuera así.
— Si, por favor. — la sacerdotisa le indicó con una reverencia y la reina se encaminó inmediatamente, seguida por ella.
Shell escuchó, pegada a la puerta, los pasos alejarse por el corredor de mármol, luego suspiró y sonrió tontamente. El corazón le latía apresurado. No sabría comparar aquella sensación porque en toda su vida jamás sintió algo así, pero aquello tenía que ser la felicidad. La inundaba y revoloteaba junto a su energía elemental.
No recordaba mucho de su infancia. Llegó al Templo muy pequeña y jamás en los días libres fue visitada por algún familiar como les ocurría a sus compañeras. En aquellos momentos se escondía de todo aquel alboroto alegre y se iba sola a los jardines a leer historias donde se creía la protagonista o se enamoraba de la valentía de esta. Creció sola y se esforzó tanto que pronto dominó y supero a toda su clase. Debía y tenía que ser su propia heroína. No conocía más sentimiento que el respeto a la Suma Sacerdotisa la única que estuvo en su infancia y de la que aprendió mucha sabiduría.
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HavensBirds
FantasyTres reinas tan hermosas como poderosas en un reino mágico, digno de un cuento de hadas. Pero, ¿que pasa si te digo que no es lo que parece? ¿Qué pasa si te digo que no habrán carruajes de calabaza ni príncipes azules? Déjame guiarte por el camino...