Hacía buen rato que la comitiva organizada por Julia había emprendido el paseo secreto planeado al vuelo noches anteriores. Después de miles de explicaciones y remilgos por parte de su padre el Prior naturalista se había salido con la suya.
Annabella llegó a la conclusión de que la joven naturalista era de armas tomar en cuestión de discusiones diplomáticas. Marina debería tener en cuenta en el futuro integrarla a su grupo de consejeros.
Al final todos habían podido salir a montar sin escolta y después de casi dos horas Julia había anunciado que estaban cerca del lugar maravilloso que les había prometido. Annabella tuvo que ordenar de forma categórica que tampoco los acompañara ninguna de las sacerdotisas que no se le separaban. Estas aceptaron, en contra de sus voluntades, le quedaba claro. Sabía que tendría que dar explicaciones muy bien justificadas a la Gran Sacerdotisa en cuanto regresara pero no le importaba.
Pierce y el Conde Constantino junto a los hermanos Glet se encargaron de calmar los ánimos comprometiéndose a velar por la seguridad del grupo y sobre todo de las reinas. El pequeño logro de poder estar sin supervisión les animó muchísimo y en toda la cabalgata no dejaron de reír, hacer anécdotas y jugar entre ellos. Hasta la Reina Elemental había cedido en su mal humor matutino y había sucumbido a una que otra juerga del grupo.
A pesar de ello, le era inevitable ponerse a la defensiva, cerrando sus barreras rudamente, ante los pequeños atrevimientos del Conde para con ella y agradecía que estos fueran sutiles e ignorados por el resto, porque a veces no sabía cómo reaccionar, sintiéndose un poco fuera de lugar.
No estaba acostumbrada a estar rodeada de gente y muchos menos de intimar en esos grados de afición y confianza. Estaba segura que le costaría trabajo llegar a considerar a aquellos o cualquier otros, como compañeros, con el grado de unión que se profesaban. Era envidiable aquella hermandad. Miraba de reojo a Marina. No parecía que hubiera estado en las mismas condiciones que ella, aislada toda su vida.
Se le veía disfrutando de lo lindo aquel paseo. Se reía a carcajadas y a veces hasta se unía a las anécdotas, era increíble, se veía tan feliz. También estaba Pierce como una lapa pegado a ella. Era como si el mundo de Marina girara ahora solo a su alrededor. « ¡Por la Diosa! ¿Sería aquello a lo que todos le llaman amor?,era patético» Se dijo, convencida.
A cada segundo le acariciaba sutilmente el brazo, pegaba tanto ambos caballos que parecía que la besaría. Le susurraba al oído y Marina sonreía. Era capaz de arrancar cualquier flor de cualquier árbol y regalársela con una sonrisa y ella la aceptaba como si fuese una joya única. Definitivamente, era patético.
—Se ve feliz ¿verdad? — se sobresaltó sobre la montura, el acercamiento del Conde la sorprendió. Optó por ignorarlo. — Su hermana quiero decir... — continuó él. Las miradas se cruzaron inevitablemente. Él le dedicó una atractiva media sonrisa y ella se tensó — Debería relajarse un poco usted también, alteza. Hay que admitir que el paseo ha sido entretenido y sobre todo interesante — insistió impertinente.
Después de un largo suspiro Annabella le dirigió la mirada otra vez.
—No he dicho que no lo esté disfrutando... — dijo sin ganas
—No parece...
—Conde, es su impertinencia la que lo hace más tedioso — declaró con molestia.
El Conde abrió la boca para protestar pero se arrepintió y solo resopló. Ya se había acostumbrado a los bruscos comentarios de la malhumorada Reina Elemental y lo dio por incorregible.
La comitiva que se había adelantado a ellos giró y comenzó a internarse en el bosque a su derecha a través de un estrecho sendero. En un segundo desaparecieron entre los árboles aunque todavía se alcanzaban a oír sus armoniosas risas. Annabella detuvo de repente su caballo.
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HavensBirds
FantasyTres reinas tan hermosas como poderosas en un reino mágico, digno de un cuento de hadas. Pero, ¿que pasa si te digo que no es lo que parece? ¿Qué pasa si te digo que no habrán carruajes de calabaza ni príncipes azules? Déjame guiarte por el camino...