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CAPITULO 2

«Flechazo»

ALAI

Las veces que venía a visitar a mi padre iba al cine y allí un día conocí a dos personas que fueron una especie de amigas a distancia. Ellas eran Lina y Christina, dos muchachas geniales que me hubiera gustado encontrarlas en mi ciudad natal. Eran muy diferentes a las personas que me rodeaban, no eran falsas e hipócritas, ellas eran reales y si había algo que no les gustaba te lo decían en la cara.

Cuando se enteraron que iba a vivir con mi padre gritaron de emoción y en ese preciso instante crearon planes para el primer día hasta por un año, teníamos muchas cosas que hacer para recuperar ese tiempo perdido por la lejanía. Esta primera noche nos tocaba maratón de películas de Harry Potter, pizzas y helados... o eso creí hasta que me llamaron para cambiar los planes.

—¡Hoy es la fiesta más grande de la ciudad! —gritó Chris, tuve que apartar el móvil de la oreja o iba a dejarme sorda—. Ya tengo las tres entradas, tenemos que ir sí o sí. —De nuevo aulló como un lobo.

—Pensé que comeríamos pizzas y haríamos una maratón de Harry Potter.

Observé la pequeña sala de mi habitación, ya tenía pausada en el primer segundo la primera película y en la mesa había tres cajas de pizzas, latas de gaseosas en un tazón con hielo y palomitas de maíz por si antojaba. Además, también había helado de sus gustos preferidos en la nevera. Preparé todo para ellas, pero sería para otro día, aunque lo que más me preocupaba era que las pizzas se echaran a perder.

—Esta noche no. Tenemos que salir, Alai. Enseguida llegamos a tu casa y te llevamos ropa.

—¿Ropa? Pero si ya tengo. —Rasqué mi cabeza, confundida.

—No la que necesitas para esta noche. —Cortó la llamada dejándome pensativa. ¿Era una fiesta de disfraces acaso?

Dejé el móvil en la cama y fui a llevar las comidas al refrigerador, seguramente mañana almorzaría y cenaría pizzas por la cantidad que compré.

En la cocina me encontré con Marina preparando té en dos tazas, supuse que uno era para mi padre que todavía seguía trabajando en la oficina que tenía en casa. Él solía trabajar de lunes a sábado y los domingos se la pasaba echado en la cama o yendo a algún parque para divertirse o solo caminar.

Después de almorzar me pasé pensando sobre esta nueva vida. Se me ocurrió que podría pedirle un puesto de trabajo a mi padre y luego cuando la universidad volviera a abrir sus inscripciones me anotaría para empezar a estudiar. Sin embargo, lo pensé mejor y preferí trabajar en otro lugar ya que mi padre se pondría bastante pesado, se pondría sobreprotector conmigo y no me dejaría hacer mi labor en paz.

Decidí entonces que la semana entrante dejaría mi solicitud de trabajo en todas partes y pensaría bien qué carrera estudiar para no decepcionarme a mitad de camino. De todos modos, si eso sucedía no iba a desanimarme y comenzaría por otra que me hiciera feliz. Quería tener mis objetivos claros.

—¿Quieres té, Alai? —preguntó Marina.

—No, gracias —respondí a secas. Yo no iba a caer en las telarañas de esa mujer.

Ella asintió con la cabeza llevando una línea recta como sonrisa y se marchó de la cocina.

Dejé dos cajas de pizzas en la mesa y llevé una al refrigerador tratando de dar lugar para que pudiera entrar las que quedaban. Me arrodillé y fui sacando algunos productos mal acomodados, las botellas de jugo las coloqué al pie de la puerta y los frascos de jalea y mantequilla los puse en un rincón dando un lugar perfecto para las pizzas. Primero coloqué una caja y luego volteé para buscar las otras.

Mi última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora