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CAPITULO 22

«Abby y la sonrisa de la verdad»

ANDER

Estaba a nada de conocer mi historia de vida, aquella que mis padres se rehusaban a contarme con la verdad. Me hallaba muy eufórico y teniendo miles de ideas con lo que podría encontrarme. Mi cabeza era un revoltijo en ese instante, ni siquiera la comida podía calmar mi ansiedad. Lo único bueno de todo fue que Nat pudo viajar conmigo y con Alai a mi ciudad natal; estos días temía que durante el viaje ocurriera entre Alai y yo algo más fuerte de lo que ya había sucedido con anterioridad. Me daba pavor no saber controlarme al estar con ella a solas; sin embargo, los planes dieron otro giro y pude contar con la presencia de mi prometida quien durante el viaje no había dejado de tragarse comida chatarra ni de hablar con Alai sobre cosas que únicamente las chicas entendían. Estuve conforme al saber que ambas se llevaban bien y que podrían ser muy buenas amigas, quizá de esa forma podría también ayudar a olvidarme de la bella Alai. Esperaba que fuera así o que ocurriera un milagro.

A las diez de la mañana habíamos parado en un hotel que se ubicaba en la costa de la ciudad, el plan principal era dejar nuestras mochilas e ir a la casa de Abby, pero la estupenda vista al mar desde el balcón de nuestra habitación nos retrasó al dejarnos embobados por el panorama el cual no duró nada al ser vomitado por Nat una y otra vez. Solo había pedazos de la carne de hamburguesa y algo rojo que supuse que podía ser la malteada de frutos rojos que se bebió en un solo sentón en el viaje. Alai fue quien me ayudó a llevarla al baño para que siguiera descargando su estómago en el inodoro, me preocupaba escucharla tener constantes arcadas y vómitos, pues ella era alguien que jamás se enfermaba, ni siquiera un tonto resfrío.

—Ander, ¿y si llamamos a un doctor? —sugirió Alai, preocupada.

—No, nada de eso —habló Nat con la voz apagada—. Yo voy a acompañarlos a visitar a Abigail. Solo... —otra arcada— denme un minuto. —De nuevo vomitó y yo la ayudé a sostener su cabello—. Les juro que estoy bien.

—Nat, ni siquiera puedes ponerte de pie, amor —resoplé, busqué con la mirada a Alai—. Alai, hazme el favor y llama a un médico.

—¡Dije que estoy bien y que los acompañaré! —gruñó Nat, intentando tener una postura firme y dura, pero no le duró nada cuando otro vómito la dejó débil—. L o siento, no quise gritarte. Es que quiero acompañarte en esto, darte mi apoyo en cada momento. Sé lo difícil que es para ti.

—Si vas conmigo en este estado será peor para mí —le expliqué—. Me gustaría que me acompañes, pero más me importa tu salud, Nat. Te prometo que regresaré cuanto antes y te contaré todo, ¿vale?

—Lo siento... Vine aquí para acompañarte y al final arruiné todo.

—No arruinaste nada, cariño. ¿Vas a vomitar de nuevo? ¿O te llevo a la cama?

—No. Ya estoy... —Aquel líquido espeso rojo apareció otra vez—. ¡Joder! —protestó ella, molesta.

—El médico está en camino —avisó Alai, cortando la llamada de su teléfono—. Ve, yo cuidaré de Nat.

—Muchas gracias, Al.

—Para eso están los amigos. —Hizo una línea recta con los labios y bajó la cabeza.

—Amigos... —repetí lo mismo que ella, un ardor se instaló en mi pecho—. Sí. Gracias. —Froté mi rostro, frustrado. No me gustaba sentirme mal con ella emocionalmente estando comprometido con Nat.

Ayudé a Nat a ponerse de pie y la llevé a la cama junto a un recipiente que encontramos en la habitación para que ella pudiera vomitar si así lo necesitaba. La arropé y le dejé un beso en la frente despidiéndome de ella, me preocupaba mucho su estado de salud, pero tenía que ir a buscar mi pasado. Además, contaba con la ayuda de Alai lo cual me dejaba más tranquilo. Me dirigí a la puerta donde la morena me esperaba, ella no quitaba sus ojos de mi prometida, también le tenía inquieta los vómitos repentinos de Nat.

Mi última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora