You are my sunshine

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Daniel


Entrar al auto es dar un paso en falso con un final incierto. Cierro los ojos después de abrochar el cinturón de seguridad, envuelvo con fuerza la mano libre de Ryu y espero.

La música que nos acompaña se ahoga con mis latidos desbocados y su respiración irregular. No veo el camino, y trato de no pensar en nada, manteniendo una mente blanca hasta que el auto se detiene bruscamente; tiembla, Ryu tiembla de pies a cabeza, y sus movimientos al conducir y estacionarse reflejan la torpeza antinatural que lo acompañan.

Salimos con prisa, deteniéndonos con la llegada de PeiPei a la entrada de su mansión. 

¿Sinceramente? Esperaba ir a un penal de seguridad, en lugar de a la mansión de recreo de los Red River. Pero, apenas demoro en este hecho, balbuceo un saludo poco acorde al momento a la anfitriona y tía abuela de Ryu, para luego ir corriendo tras él, sin necesidad de un llamado.

Subimos escaleras y recorremos largos pasillos negros, adornados en las paredes con tapices rojos. 

Un estridente eco de gritos nos frena. Voces que se elevan pidiéndole a la mujer en labor de parto que puje, la voz de ella escupiendo bocanadas de dolor y augurio.

Muerte. Claman sus gemidos.

Muerte. Recalcan las sábanas teñidas de rojo, que salen de aquel cuarto al final del pasillo más largo que he caminado. 

Muerte... 

Ryu toma mi mano y camina, no avanzo. No puedo hacerlo.

Se gira y puedo ver una comprensión silenciosa en sus ojos.

No puedo verla.

—Dan...

—¡Detengan la hemorragia! —el ladrido estridente de una mujer calla a Ryu, cuyos ojos se abren de par en par, girando de regreso a ese desenlace caótico de sangre y enfermeras presurosas, que van de un lugar a otro, llevando bolsas de sangre, agujas, sueros, y demás artículos médicos de primera clase. —Señorita, por favor, puje de nuevo. ¡Puje!

Yo también me quedo inquieto. ¿Qué hace Yan-Ning Wang en todo esto?

Busco una explicación en los ojos de Ryu, dónde una nueva capa de alivio se instala.

—No temas. Tiene un buen historial en medicina. —busca reconfortarme, más, la seguridad que le caracteriza se rompe en un susurro perdido entre nosotros.

—¿No es artista? —pregunto, inseguro, alterado.

—Es como tú. —Ryu me pega a su pecho, soltando aire con pausas pesadas. —No sigue las tradiciones.

—¡A este paso perderá a la bebé! —me encojo de miedo, me lleno de una mezcla agria, de una brea oscura. La voz de la tía de Lia Wang se alza con fuerza, se instala feroz en mi corazón, tentando a romperlo.—¡Becky! ¡NECESITO QUE PUJES! 

—Doctora, la señorita quedó inconsciente... ¡No reacciona! —gimotea una de las enfermeras dentro. —Va a matar a la pequeña dama... ¡Tenemos que sacarla! No podemos dejar a la joven ama morir.

Morir.

Mis piernas fallan, y los brazos de Ryu se vuelven de cristal, caigo y tarda demasiado en recogerme. 

Morir.

Aferro su traje. Transmitiéndole una súplica. 

—Va a morir... Nuestra hija va a morir... ¡Sálvala! 

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