Jossette Capour era, en definición de muchos, la mujer perfecta. No sólo por su aspecto físico, su vida también era perfecta. Era la esposa del empresario más reconocido en América del Norte, se casó con él siendo aún muy joven y dejando atrás sus orígenes latinoamericanos. Que no se malentienda, todavía sostenía contacto con toda su familia y recibía visitas de ellos muy seguido, pero abandonó su país para irse a vivir a Manhattan con Mathew Capour, y desde entonces rara vez visitaba México.
Lo tenía todo, belleza, lujos, dinero, amor, familia, una posición social... Nunca en sus mayores fantasías imaginó poder obtener toda la felicidad con la que vivía a diario desde que conoció a Mathew.
Recién se habían casado, incluso salieron en la portada de algunas de las revistas más reconocidas y fue una de las bodas más mencionadas del año, porque ellos eran la pareja perfecta, eran tal para cuál, tan guapos y destilando tanta clase y poderío que levantarían la envidia de cualquiera. Y el evento no fue para menos, su boda había sido todo lo que Jossette había soñado siempre, un vestido enorme y blanco, lleno de diamantes, un salón lleno de los quinientos invitados que tuvieron, su anhelado pastel de tres enormes pisos, porque eran los años que llevaban de relación. Y lo mejor, su esposo, el amor de su vida, la persona con la que pasaría el resto de sus días. Era claro que no podía existir mujer en el mundo más afortunada que ella.
O así lo pensó, hasta que poco a poco, su cuento de hadas se fue derrumbando bajo el imperio de su esposo.