Prólogo

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La mujer no tuvo más remedio que hacerlo. La llevó por un pasillo gris hasta la habitación de su hijo, era un cuarto que permanecía a oscuras, las cortinas permanecían descorridas, con la ventana de madera cerrada con pestillo, él estaba dormido.

— ¿Ves? Ni siquiera te va a notar, será mejor que te vayas.

—Quiero quedarme —dijo ella con voz autoritaria, pero muy en el fondo solo quería llorar por la culpa que carcomía su cuerpo.

—No. —Se negó la madre del muchacho, pero solo bastó una mirada de la joven para que la señora cambiara de opinión. Estaba claro que ella no haría daño a nadie, ¿acaso esa mujer no lo entendía?

Ella cerró la puerta tras de sí, pensando en mandar a llamarlo a Él, pero no quería verse envuelta en una pelea; así que mejor se limitó a esperar en la sala. Pensando en miles de probabilidades de encontrar a su hijo sin vida y la cama con las sábanas, las paredes salpicadas de sangre, de la sangre de su hijo...

No...

Eso no era lo que pasaba realmente, la muchacha se sentó al borde de la cama, el muchacho estaba pálido, pero su herida parecía sanar normalmente.

«Si tan siquiera hubiera podido evitar que te hicieran daño. Créeme que lo haría.»

Le miró atentamente mientras las respiraciones de él subían y bajaban en un ritmo lento y pausado, su rostro blanco con algunas pecas y sus pestañas curveadas estaban cubiertos por su cabello alborotado y sudoroso. Ella lo observó durante unos segundos antes de que él abriera los ojos, que, al momento de verla, sus ojos parecieron resplandecer de felicidad. Lamentablemente esa expresión duró muy poco, claro, la quería, sin embargo, el dolor dominaba en su momento. Los analgésicos hacían su parte, pero los sueños, o más bien, pesadillas que había tenido sobre las cosas que habían sucedido era lo que más le inquietaba, sobre todo los susurros de aquel hombre en que su madre tanto confiaba.

—Estás aquí —dijo él, tenía los labios resecos y una mirada casi vacía, pero intentó que una sonrisa se alojara en sus labios que tanto había deseado desde el momento en que lo vio, por un momento creyó que estaba soñando.

—No. En realidad, soy un espejismo, estoy peleando contra los zombis allá, al otro lado del mundo.

La sonrisa se le subió a los ojos y ella, sin saber porque, puso su mano sobre sus mejillas y le miró a los ojos, se mordió los labios evitando que la voz se le quebrara.

— ¿Cómo te dejó pasar? —Ella supo que se refería a su madre.

—Le amenacé —sinceró ella, y aunque era cierto, el joven solo se río.

—Ya me imagino. ¿Cómo estás?

—Mejor que tú, eso es seguro — ¿Por qué diablos quería reír y llorar?

—He estado en peores situaciones.

— ¿En serio?

—Sí. Como la vez en que una manada de mamuts pasó a tirarme o la vez en que viajé al espacio y caí desde el cielo como un cometa rojo anunciando el apocalipsis.

Ambos se rieron. Él le tomó la mano a ella y se mantuvieron así. Ella sabía que tenía que decirle, a lo que había venido no era precisamente para verlo, o sí, pero también por lo otro. Tenía miedo, repentinamente su corazón se hizo añicos, como si lo hubiera amado desde siempre, pero no habían tenido la oportunidad de conocerse.

...

— ¿Qué tienes?

No lo sé —contuvo sus lágrimas y él se las limpió.

—Te amo —murmuró el muchacho—, lo supe desde aquel momento en que te vi. Tú estabas ahí sin esperar a nadie y yo buscándote...

...

Ella dejó caer las lágrimas contenidas.

—Ven, acuéstate conmigo —comentó y ella, en silencio se acurrucó en sus brazos con mucho cuidado. El joven la abrazó con la fuerza que tenía

—Fuiste, de muchas maneras... mi dolor de cabeza —dijo ella dándole un casto beso.

Me alegra saberlo —respondió con una débil voz, cerrando los ojos.

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