Conciencia

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Era las tres de la mañana cuando Don Antonio despertó. Había tenido ese sueño desde que su pequeña Zenaida hubo muerto, ella iba siempre a donde ellos fueran; aun si eso implicara estar con personas que no era de su agrado; así como Verónica Santiz y sus hijas. Para él era como su pequeña niña, la luz de sus ojos. Y cuando la encontraron muerta... supo que el nahual había atacado de nuevo y la culpa invadió su corazón.

Él la había matado. Él y cuatro de los fundadores la habían matado. Se levantó de la cama, no quería dormir, quizá por la edad o por aquel sueño. Vio a su esposa estar completamente dormida, no la despertaría para contarle sobre aquel horrible sueño, así que lo mejor que hizo fue irse a su sala y quizá ver la televisión. Algo que lo hiciera olvidar, pero también le aburría ver la televisión y leer sabía muy poco y se le cansaba la vista, usar lentes no era lo suyo.

Justo entonces cuando prendió la tele que era de blanco y negro, oyó desde la ventana el golpear de una ramitas como si de una mano esquelética se tratase. No tenía miedo, pero todo lo que había pasado uno debía tener sus precauciones. Se levantó con pereza para ir a por un vaso de agua cuando oyó que alguien tocaba a su puerta trasera...

Su corazón viejo dio un vuelco.

Pero no iría a ver, eso ni aunque tuviera alzhéimer. Sin hacer ruido fue a su habitación y descolgó la escopeta que estaba cerca de la puerta. Verificó que estuviera cargada y salió nuevamente. Esperó a que el sonido volviera pero simplemente había sido como si alguien hubiera tocado la puerta.

Esperó y escuchó atentamente.

Efectivamente, era solo como si alguien tocara la puerta, se oía gemidos y jadeos, le pareció reconocer incluso aquella voz, pero bien sabía que existían demonios y brujos que podían hacer las voces de cualquiera que quisieran. Oyó que dijo "Padrino, ayúdeme...por favor..." y fue cuando supo que se trataba verdaderamente de una persona, alguien herido. Se dirigió a la puerta esperando no haber caído en una trampa, aunque de todos modos ya estaba demasiado viejo y lo que había hecho no tenía el perdón de Dios.

Al abrir la puerta se encontró con un hombre de no más de cincuenta años, era alto y robusto pero en ese momento; arrastrándose por el suelo, bajo la luz que alumbraba el patio, todo su rostro estaba sucio, rojo como el diablo de las películas antiguas de Santa Claus. Sangre le salía a borbotones de su brazo y parte de su cabeza estaba rajada, un ojo estaba totalmente cerrado. Apenas podía ver su ojo derecho suplicar ayuda. Don Antonio se quedó atónito. No sabía que hacer pero quedarse parado no ayudaba en nada.

—Viene por nosotros —lloró Enrique Pukuj— ¡Él viene por nosotros!

Fueron esas simples palabras las que hicieron que Don Antonio recordara aquella fatídica noche. Él, y cuatro de los fundadores lo habían planeado.

La noche en que Marcela Vinajel y Pablo Kexnal fueron sacados de sus camas para ser quemados por el simple hecho de haber dominado a las bestias. Ellos se habían cobrado la vida de tres personas y los cinco no estaban listos para volver a enfrentarse a más muertes. Y estaban dispuestos a cargar con la culpa, pero si dejaban que ellos hicieran lo que quisieran jamás se perdonarían las vidas inocentes. Recordó como el pequeño Juan gritaba que no le hicieran nada a sus padres. Rolando Vázquez le dijo que era por su bien.

— ¡No! —Gritaba el niño mientras Rolando lo tomaba con fuerza.

Aquellos dos grandes rezadores no decían nada, sabían que en parte todo era por una buena causa, ellos también habían perdido a sus seres queridos por esas horribles bestias.

Marcela Vinajel solo le dijo:

—Por tu bien, busca a los tres hermanos.

Nadie entendió eso. Ni mucho menos el niño. Él lloraba incesantemente y gritaba con todas sus fuerzas mientras cuatro hombres se llevaban a sus padres atados de pies y manos como para hacer que el animal que llevaban dentro no pudiera soltarse a la hora. En eso fallaron, se convirtieron en enormes bestias y mataron a unos cuantos de un zarpazo, a uno ni siquiera le encontraron la cabeza, gritaron de terror aquella noche y la sangre salpicó todos los árboles que eran los espectadores y la luna llena en lo alto iluminaba aquella atrocidad.

Fue ahí que Enrique Pukuj y Alberto Guzmán decidieron dispararles en la cabeza y echarles veinte litros de diésel y quemarlos antes de que se levantaran. No lo hicieron y así los quemaron.

Habían encontrado la camioneta de Rolando Vázquez en medio del camino con el techado destrozado y a su esposa muerta a causa de un infarto y el brazo, que al parecer era de Rolando Vázquez, pero no encontraron su cuerpo, ahora aquí estaba Enrique Pukuj, tan herido e irreconocible.

Dejó su escopeta a un lado rápidamente y abrió la puerta, justo entonces una sombra se abalanzó contra el pobre hombre y lo arrastró hacia los árboles. Don Antonio se quedó boquiabierto, con el corazón latiéndole hasta el cerebro, sus manos temblaron y buscó a tientas la escopeta cuando tuvo en frente a un enorme zorro, pelirrojo, de dos patas era más alto que él, sus ojos eran completamente negros y tenía una especie de bufanda alrededor de su cuello. Sus dientes filosos todavía no estaban tan sucias de sangre, supuso que era una bestia joven.

El viejo Antonio oyó los gritos lastimeros de Enrique, y no solo eran los gritos, sino también los desgarros de lo que parecían ser los huesos. El Nahual mitad zorro, mitad humano le miró como esperando clemencia.

— ¿Qué esperas? —clamó Antonio temblándole todo el cuerpo. Justo cuando alzaba su mano para matarlo de un zarpazo con esas filosas y negras garras.

—Ya voy pa' allá mi niña.... —susurró el viejo, encogiéndose para recibir el golpe— mi Zena...

Algo hizo que aquella bestia se detuviera, sus ojos completamente negros se volvieron ligeramente cafés. Justo en ese momento salió su esposa, Petrona y quedó muda del terror cuando vio a su esposo delante de un hombre-bestia y gritó.

Hombre y zorro la miraron.

— ¡Huye, mujer! —Gritó a su esposa y detrás del zorro apareció una oscura bestia con aspecto de un enorme lobo con melena emplumada.

En dos patas era más grande que el zorro y como estaba en cuatro casi le daba por las costillas, más viejo y con ojos rojos al igual que la sangre que le escurría por las fauces. Apenas si entraba por la puerta y estaba relamiéndose la sangre como si se preparara para otra víctima, y cuando iba a dar un zarpazo, el zorro se abalanzó contra él logrando sacarlo de la casa.

Don Antonio se había quedado estupefacto, había sido salvado por una bestia, ¡una bestia lo había salvado! Petrona corrió para cerrar la puerta y atrancarlo con todo lo que podía y Antonio la ayudó. La tierra se sacudía, podían oír como las enormes bestias se daban enormes zarpazos, espiaron por la pequeña ventana. El zorro era pequeño pero era astuto y se escabullía de aquella enorme bestia. Se pasaron a llevar todo, una pequeña hortaliza quedó destruida con el peso del lobo feo. Cuando le daba al zorro éste chillaba y quedaba tendido por un momento antes de recibir el segundo golpe. Los viejos podían ver como si aquella enorme bestia le estuviera reclamando algo al pobre zorro, imponiéndose como un alfa. Sin embargo, éste no cedía.

—Trae mi escopeta, mujer —Le dijo y ella silenciosamente recogió la escopeta y se la entregó. Con temblor abrió la ventana y esperó a dispararle una de las bestias.

Estaban en una lucha siniestra, se daban grandes zarpazos y mordidas.

Antonio apuntó y disparó. Le dio cerca del oído al lobo, cargó y le dio en el hombro, cargó y le dio en la pata trasera al zorro, el enorme lobo huyó dentro del bosque mientras el zorro corrió cojeando, cargó nuevamente y cuando casi le daba a las costillas, alguien lo detuvo.

Era Ignacio López.

—No la mates —Le dijo.





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