Un amante para el rey

Perséfone

— !Cerbero~! — Con un suave pero audible llamado al can de parte de Melínoe este se presentó meneando la cola seguramente tras oler su comida, sentado, esperando esperando a que sirvieran la comida como un perro fiel  — Buen provecho — Makaria y Pluto regaron las tortas sobre un gran plato ni bien terminaban de caer Cerbero ya estaba comiendo.

Nos retiramos del lugar tras dejarle la comida, me separe de los niños para explorar el castillo un poco, admira la estructura del lugar, tan elegante y rústico, especialmente avaricioso, me confirmaron que si estaba echo de oro y plata este lugar. — Fascinante... — Miraba un de los pilares del lugar, algunos tenían dibujos que contaban una historia que no lograba entender del todo. Termine llegando a un jardín, uno de interior, estaba descuidado y lleno de enredaderas, un lugar que a pesar de estar en malas condiciones seguía viéndose hermoso, en el centro del lugar había una estatua de una mujer, el detalle con el que estaba echo era increíble, podías notar cada línea de los mechones de cabello de la chica. Aparte, se parecía demasiado a Pluto y un poco a Melínoe.

— ¿Qué haces aquí? — Tan sumido estaba que no note la presencia del señor atrás mío — Estaba explorando el castillo y termine aquí, ¿pasa algo? — Vacila un poco antes de contestarme — No, no pasa nada, pero no te acerques a este lugar, los niños terminarán persiguiendote y recordando malos momentos aquí — "Malos momentos" creo que ya sabía quién era la mujer de la estatua — Ella es su madre, ¿no es así? — El señor asintió con la cabeza, se acercó a la estatua y paso suavemente su mano sobre el rostro de está — Es una traidora — El quebrajar de la estatua de aturdio por unos momentos, había roto la cabeza de la mujer — Perséfone no merece la más mínima mención en esta casa — sacudió su mano para quitar el polvo para darse la vuelta — Si... señor — Lo seguí nervioso viendo como esa hermosa estatua habia sido destruida como si nada, pero quien era yo para quejarme