-Narra Natasha
Las calles de Nueva York se cruzaban ante mis ojos, enganchándose unas con otras como una gran cadena irrompible que miles de personas y vehículos cruzaban, cada uno pendiente de sí mismo, tanto que era raro que no se provocase un accidente.
Al menos ellos tenían una vida, la mía se encontraba en un stand by indefinido y no sabía cuando volvería al play y eso me atormentaba. Me atormentaba pensar que esto no se moviese, que siguiese igual y yo me quedase aquí, parada, sin mi brújula.
Agarré el pomo de la puerta cuando llegué a la verja de color oscuro que rodeaba la bonita casa de Brooklyn. No se encontraba muy lejos de nuestra casa, casa que era muy oscura ahora que su luz se había marchado. Por eso, cuando veníamos aquí, solíamos venir andando y hablando de todo y de nada al mismo tiempo. Así éramos nosotros. Pero ahora se había acabado, y yo no podía hacer nada para traerlo de nuevo. Nada.
-¿Quién es? -Preguntó una voz a través del altavoz del timbre.
-Soy Natasha -respondí yo, probando mi voz, ya que hacía días que no había hablado con nadie y aún sonaba extraña.
-¡Natasha! ¡Qué contenta se va a poner cuando sepa que habéis venido! -Se alegró la persona que estaba al otro lado del altavoz.
Sí, ojalá pudiera haber dicho que habíamos venido los dos, porque entonces yo también me pondría feliz.
Laurel, su cuidadora, con quien había hablado por el telefonillo, me abrió la puerta y se marchó rápidamente, volviendo a su trabajo, mientras que yo entraba a la casa. Siempre me había gustado su casa, era muy acogedora y llena de objetos antiguos, objetos que Steve solía explicarme. Igualmente, cuando veníamos, Steve solía ponerse algo triste por los duros recuerdos y yo le cogía su cálida mano para tranquilizarlo. En ese momento tuve el impulso de buscarla a mi lado, pero sabía que solo encontraría aire.
En ese instante lo pensé, lo pensé enserio, ¿de verdad quería hacer esto? ¿De verdad que quería que cuando Steve la visitase ella no le dijese la verdad? Me gustaría que supiese la verdad, que supiese quién soy, pero, ¿era ese el modo del que quería mostrarlo? Yo sabía lo que quería, quería a Steve y prefería vivir sin él a causarle ningún mal, porque él no merecía nada de eso, yo sí lo merecía, por todo el daño que he causado. Y me parece realmente cruel que ese Dios todopoderoso utilice a Steve para castigarme a mí castigándolo a él. Por eso no lo respeto.
Llamé a la puerta y giré el pomo, intentando concentrarme en por lo que había venido. Entonces la vi, estaba donde siempre, en su cama mirando por la ventana. Cuando vine por primera vez, tanto Steve como yo creíamos que no me caería bien por lo que fue para él, pero fue imposible, ella era tan inteligente y segura que pude verme a mí en sus ojos.
Me acerqué el taburete a un lado de su cama y ella se dio la vuelta, quedando hacia mí, con todo el pelo en la cara, antes de que yo lo apartase. Sus ojos brillaron de felicidad cuando se encontraron con los míos, lo cual casi me hizo sonreír.
-Hola, Peggy -le dije yo, hablándole tranquila, pensando si podría soportar lo de Steve.
-Hola, Natty -me saludó ella, con su voz ronca pero bonita. He tenido miles de apodos a lo largo de mi vida: Viuda Negra, Nat, Tasha, Tashy, Nata, Natalia... Pero Natty solo me lo llamaban dos personas en mi vida: mi padre y Peggy, y cuando ella empezó a decirlo, a pesar de que yo pensaba lo contrario, un nudo de los miles que guardaba en mi interior comenzó a soltarse, más y más cuanto más ella lo repetía. En ese momento, Peggy miró detrás de mí y lo supo, supo que algo ocurría porque, como ya he dicho, es una señora muy lista-. Natty, ¿dónde está Steve? ¿No ha venido contigo?
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