Capítulo 2

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—Narra Natasha

Las burbujas se movían raudas, flotando por el líquido dorado hasta llegar a la superficie espumosa, donde se fusionaban con ella. Esa era mi distracción, ya que el líquido no aliviaba ninguno de mis temores ni miedos. Me sentía igual que lo llevaba haciendo las últimas veinticuatro horas, como si fuera sonámbula, como si todo fuese un sueño donde el despertar fuese complicado, y prácticamente imposible.

Pensé que beber me ayudaría, solía hacerlo hasta que gracias a él no lo necesité. Era mi forma de escapar temporalmente de este inhóspito lugar, pero cuando él llegó jamás quise marcharme.  Noté como mis ojos comenzaban a inundarse, solo de pensar en sus celestiales ojos azules y en su cabello rubio como el sol. En su sincera mirada y en sus rosados labios. Dios, ¿por qué tuvo que pasarle?

—Hola, Natasha — me saludó una voz femenina muy familiar para mí. Era María Hill, exagente de Shield, y se sentó a mi lado, con cautela—. He venido en cuanto he recibido tu llamada. Furia y yo hemos tenido un día muy liado hoy y no he podido desocuparme antes, lo siento mucho, es que estamos muy ocupados pensado en la nueva sede —noté como ella se calló de repente y miró al suelo, para luego de nuevo volver a mirarme a mí—. Pero claro, no me has llamado para que hablemos de mi día. Eso no es lo que importa, ni a ti ni a mí. No puedo imaginar cómo estarás.

—Es tan horrible —comencé yo, moviendo el colgante de mi pulsera, tratando de evitar llorar de nuevo— que el amor de tu vida no recuerde ni tu nombre. No sabe quién soy, ni qué hacía ahí. Me ha visto y ha preguntado que quién era. Y lo peor es que no hay modo de que pueda ayudarle, no puedo hacer nada, la persona a la que más quiero en el mundo no me conoce y no hay modo de hacer que me recuerde  —terminé, con un hilo de voz. Lágrimas escurridizas llenaron mis mejillas de nuevo y yo las aparté de un manotazo. No me gustaba llorar. Mostrar tu debilidad, incluso ante tus amigos, no es lo mío.

—¿No te dejan decirle quién es? ¿Eso es lo dicen los médicos? —Preguntó María. Ella me animaba a que hablase, a que me desahogase, pero me conocía y sabía que eso sería más difícil.

—Dicen que no saben como evolucionará, que normalmente a las personas con pérdidas de memoria les ayuda volver a su ámbito de vida normal y que poco a poco comienzan a recordar. Pero creen que el caso de Steve es distinto —le confesé yo.

—¿Cómo que distinto?

—Recuerda… Recuerda fragmentos —empecé yo, aunque tuve que hacer una pausa, porque ya tenía las lágrimas de nuevo listas para salir—. Recuerda estar en la Guerra, recuerda a Bucky, recuerda someterse a los químicos, recuerda despertar después de setenta años aquí, recuerda a Peggy, pero… No recuerda ser el Capitán América, no recuerda a los Vengadores, no recuerda a Cráneo Rojo ni a Bucky como el Soldado de Invierno… No… No me recuerda —ya no lo pude soportar más, y como si la cerveza no me hiciese efecto, comencé a llorar lentamente, sin hacer ruido, solo dejaba que las lágrimas bajasen mis mejillas y explotasen al llegar al suelo. Quería que parasen, pero no paraban, no lo hacían.

—Nat, tranquilízate, ¿de acuerdo? Por favor. Es cierto que es un caso muy extraño, probablemente de los más raros que te puedas encontrar, por eso es necesario investigar, ¿no crees? Todo tiene una pinta muy extraña. Y Nat, era —comenzó María, aunque al mirarme a los ojos comprendió que había utilizado mal el verbo— es el Capitán América, probablemente muchos antiguos villanos quisiesen venganza, probablemente uno de ellos lo sacó de la carretera y le alteró la memoria, es lo más posible, pero no debes preocuparte, hablaré con Furia, a ver lo que él opina. No te preocupes, lo arreglaremos.

Yo asentí, sin estar muy convencida, prácticamente nada, pero pocas opciones de esperanza tenía. Odiaba que me dijesen que me tranquilizase cuando era imposible, y odiaba que me dijesen que todo saldría bien cuando apenas había posibilidades de que así fuese, pero también sabía que María sabía que yo lo odiaba, por lo que podría estar diciéndomelo por una única opción: porque de verdad lo creía.

—Narra Steve

La tía Natalie me ayudó con las bolsas que traía del hospital, no muchas por lo poco que llevaba en ellas, que tan solo se trataba de un par de zapatillas y tarjetas de ánimo que, según la tía Natalie, eran de gente que me quería.

Todo en casa estaba como lo recordaba: la brillante mesa con las flores frescas en un jarrón; la vitrina repleta de la colección de platos del tío Mike; los cómodos sofás de color amarillo apagado mirando a una televisión de plasma de unas cuarenta pulgadas que miraba como si de una broma se tratase a la sala.

Siempre me ha gustado la casa de tía Natalie, me encanta ese aire de confianza que se siente y que te llena, esa sensación de que alguien ahí te quiere y cada parte de esa casa te forma, pero, por algún motivo, no me sentí igual cuando entré, no parecía ser lo mismo. La mayoría de las veces sentía como que estaba completo, como si no me faltara nada, pero ya el mero hecho de recordarlo me hizo sentirme más vacío de lo que jamás me había sentido.

—Steve, he preparado algo para comer y te he comprado algo de ropa —dijo tía Natalie, asomándose por la puerta de mi habitación. Llevaba un delantal amarillo puesto con flores de distintos colores. En sus ojos se reflejaba alegría. Siempre la admiraré por lo feliz que ha sido y como ha sabido afrontar todas las desgracias que le han ocurrido.

—¿Cómo que algo de ropa? —Pregunté yo, sorprendido. Obviamente, si vivía allí, debería tener mi ropa.

—Claro, Steve, es que… —Comenzó tía Natalie, pero se detuvo, para empezar de otro modo— No, quiero decir, te la he comprado porque necesitabas nueva, ya que todo lo que tenías era de hace muchísimos años.

—Ah, por supuesto. Gracias —Respondí yo, algo confuso.

Nos fuimos al comedor a servir la comida, ella, como siempre, sacó la olla y la situó en el centro de la mesa para que fuera accesible desde los tres asientos, aunque fuéramos dos. Tía Natalie siempre lo ha hecho y que lo siguiera haciendo es tan bonito como triste. Siempre colocaba los cubiertos en el sitio donde se sentaba el tío Mike hará un par de años, hasta que la vejez se lo llevó, al igual que debería pasarnos a todos. Era un hombre estupendo, lo conocí cuando tan solo era un adolescente y mi tía igual. Supongo que para ellos fue muy extraño verme setenta años después como si el tiempo no hubiera pasado para nadie.

—Tía Natalie, tengo que preguntarte algo —le dije, mientras levantaba una cuchara de sopa para acercármela a los labios.

—¿Y qué es, Steve? —Me dijo ella, mirándome a los ojos.

—Todo es igual, ¿no es así? Estoy de nuevo en casa, contigo, con todos los recuerdos, con toda mi vida. Entonces, ¿por qué no lo siento así? ¿Por qué siento que algo ha cambiado, algo que yo no he podido controlar? ¿Qué es lo que siento? —Exclamé yo, alterándome levemente a medida que hablaba.

Ella alargó su mano cruzando la mesa, para llegar hasta mí, y agarró la mía, transmitiéndome parte de su calor.

—Steve, muchas veces ocurren tragedias, cosas horribles de las que no puedes escapar ni enmendar, lo cual te lleva a hacerte mil y un preguntas al respecto, pero ninguna respuesta parece correcta —me explicó tía Natalie, siempre con sus sabios consejos. Ella siempre ha hablado muy bien, supongo que viene de familia el poder utilizar astutamente las palabras—. Yo no sé por qué te sientes a ti, ni tú tampoco, parece, solo tienes que seguir preguntándole a tu interior qué es lo que ocurre, y entonces llegará un momento en el que algo o alguien lo cambiará todo.

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Hola a todos.

Siento haber tardado tanto en publicar, los exámenes no me dejan respirar. Espero que os haya gustado y en la multimedia tenéis a la tía Natalie. Estoy deseando leer vuestros comentarios y votos, así que gracias y muchos saludos.

The Cold WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora