Capítulo 4

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—Narra Steve

Era extraño ver a toda esa gente caminar ante mis ojos, personas que vivían en la misma ciudad que yo había habitado durante mi vida, pero yo no los conocía, ellos eran extraños allí, junto a todas esas pantallas que este siglo había traído consigo. Podía verlos hablando con pequeñas cajas que cambian de color al oído o montando en automóviles que viajaban más rápidos que cualquier leopardo. Era todo tan raro, tan nuevo, y no había conseguido acostumbrarme aún. Por ese motivo era yo el extraño allí y no ellos.

Los días pasaban lentos, espesos como niebla tras el cristal, y me dolían, como veneno a las heridas sangrantes. Solo la tía Natalie conseguía hacerme sonreír de vez en cuando, pero ni siquiera en esos momentos era feliz. Y me dolía saber que ella sabía que no era feliz. Era como si algo en mi interior me desgarrase, aunque lo extraño resultaba ser que eran peores en los momentos en los que no sentía ese dolor. Los peores eran cuando no sentía nada y eso era tan aterrador. La nada es tan aterradora.

Por fin, ese día, había acudido a ver a Peggy. Tía Natalie me decía que aún no estaba en condiciones de poder coger mi moto, que lo había dicho el médico, pero yo creo que era más cosa suya que del médico. Igualmente, a ella le hacía feliz y a mí no me importaba ir solo que acompañado. Además, tía Natalie me dijo que para darme más privacidad se iría a hacer unas compras mientras yo veía a Peggy.

Sería duro ver a Peggy así, y que ella me viera a mí así. Suponía que si fuera la contraria situación, ella también habría necesitado mucho valor para ir a verme, ver como una persona a la que amabas se le escapa la vida entre los dedos y tú estás en tu juventud plena. Sería muy extraño e inquietante para ambos.

Me preguntaba cómo estaría, si estaría grave, si podría andar, o si simplemente me recordaba. Ella podía haber pasado página, haber empezado una nueva vida, como esperaba que hubiera hecho, pero ella era Peggy Carter y si un apellido le faltaba era impredecible.


—Has tenido una vida increíble —le reconocí a Peggy, admirando sus álbumes de fotografías en color sepia que te llevaban de vuelta en el tren del pasado. Ella había sido increíble, desde una agente condecorada con todos los honores hasta una madre excelente y también abuela memorable.

—Sí, bueno, una vida como cualquier otra —admitió Peggy, mirándome con los grandes ojos marrones que me habían enamorado setenta años atrás—. Pero ha sido una vida sin Steve Rogers.

—Lo sé, Peggy —yo le agarré la mano, que a pesar de los años tenía el mismo tacto que recordaba. Suave. Dulce. Real-, y siento que hayas tenido que vivir tal mal, de verdad. Yo al menos no estaba consciente, tú lo has vivido todo y has luchado y vencido como la guerrera que eres. Como la persona que eres.

—Pero yo he vivido, y tú no -me contrarrestó Peggy, siempre tan astuta como de costumbre—. Y eso es lo más doloroso. Mientras tú dormías este mundo ha prosperado tanto como ha fracasado, pero el punto es que estamos igual o peor. Los malos y poderosos se han vuelto más malos y poderosos que antes y los buenos y pobres solo se han hecho más pobres. Este mundo necesitaba a gente como el Ca... Como tú, Steve, gente que sabe lo que vale cada trozo de pan, cada migaja... —Me replicó ella, apagando de manera progresiva la voz.

Yo le apreté la mano más fuerte, para que sintiera mi calor y supiera que yo no iba a irme.

—Tú has contribuido tanto o más de lo que lo hubiera hecho yo —la intenté convencer yo, con una sonrisa. Ella me sonrió también, del mismo modo en el que yo lo había hecho, como con una sonrisa rota, una de esas sonrisas que dan calor al alma mientras la rompen.

Había algo que había querido preguntarle desde que me enteré de que estaba viva, pero no sabía si ella recordaría bien los hechos, lo suficientemente bien para sacarme de dudas. Igualmente, decidí intentarlo

The Cold WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora