Capítulo 3

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Qué asco, estaba sudando como un pollo.

Seguía sin entender demasiado quién le había dado el poder al entrenador de ordenar ejercicios cuando él, muy claramente, había hecho muy pocos durante su vida. Pero ahí estábamos. Y no se había cortado en absoluto, porque por las caras de mis compañeros podía deducir que ellos estaban tan agotados como yo. Quizá se debiera a que, a partir de ese momento, los entrenamientos serían por la tarde. El calor era peor que por la mañana.

Habíamos empezado con sentadillas, lanzamientos, chocar codos... lo típico. Y mi cansancio no era por falta de entrenamiento —porque, por mi cuenta, entrenaba continuamente—, pero no podía más. Por eso lo agradecí tanto cuando el entrenador hizo sonar el pitido y me apoyé en las rodillas con las manos, agotada.

—Bueno —comentó, comiéndose otra galletita del paquete que llevaba en una mano—, no os hagáis ilusiones, porque todavía falta la mitad del entrenamiento.

Al pasar por su lado, Tad miró su bolsa de galletitas con la esperanza reflejada en su rostro.

—¿Me da una, por fis?

—No. Cállate.

El hombre se quedó mirando la cancha en la que estábamos entrenando, pensativo, hasta que por fin pareció llegar a una conclusión. Se giró hacia la sala donde guardábamos todo el material de clase y la señaló con una galletita.

—Ve a por los pañuelos —ordenó a nadie en específico.

De todos modos, Víctor y Oscar intercambiaron una breve mirada y fueron los únicos que se movieron para hacerlo.

—¿Pañuelo? —escuché que comentaba Marco, riendo, y me giré hacia él al darme cuenta de que parecía que se burlaba de mí—. Alguien va a perder a los dos minutos.

—¿No te has pasado con el tiempo? —le preguntó Eddie.

—Tienes razón... Mejor solo un minuto.

No les respondí, más que nada porque no sabía de qué hablaban. Además, seguía teniendo la respiración agolpada en la garganta y no me habrían tomado muy en serio. Me incorporé lentamente, acalorada, cuando Víctor y Oscar volvieron con la famosa bolsa de pañuelos. Eran todos de color rojo.

—Pues ya sabéis cómo funciona esto —comentó el entrenador.

—Yo no lo sé —remarqué.

—Pues mira y aprende.

Gran entrenador, mejor persona.

Indignada, lo seguí con la mirada cuando fue a sentarse a las gradas. ¿Para eso le pagaban?

Las luces de febrero #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora