Capítulo 8

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¿Nunca has tenido un momento de reflexión espiritual? ¿Uno de esos momentos en los que te preguntas en qué momento has terminado en la situación en la que estás?

Yo lo tuve en ese coche.

Con el sobaco de Víctor delante de la cara, Jane conduciendo con un mal humor preocupante y cuatro personas protestando por detrás, tenía bastantes cosas sobre las que reflexionar.

—¿Puedes dejar de moverte? —protestó Marco, de mal humor.

Tad, que seguía sentado en su regazo, se removió con incomodidad. Intentaba sujetarse a los asientos delanteros para no apoyarse mucho en él, pero Jane conducía demasiado rápido y, por lo tanto, se lo estaba poniendo muy difícil.

La miré de reojo, confusa. Ese comportamiento no era muy normal.

—Es que no sé cómo ponerme —murmuró Tad, avergonzado.

—¿Puedes sentarte y ya está?

—¡Estoy sentado!

—¡PUES SIÉNTATE MEJOR!

Tad terminó rindiéndose y se sentó de golpe sobre el regazo de Marco. Justo... ahí. Este abrió mucho los ojos, alarmado, y Tad se apartó rápidamente, todavía más alarmado.

Suspiré pesadamente y Víctor, por consiguiente, bajó la mirada hacia mí y sonrió.

—Tan paciente como de costumbre, por lo que veo.

—Cállate —mascullé.

—Oye —comentó Eddie, que miraba por la ventanilla con cierto temor—, ¿no estamos yendo muy deprisa?

—No —dijo Jane entre dientes.

—Em... ¿seguro? No tengo la licencia para conducir, pero diría que ir a setenta por hora en una zona de cuarenta es un poco...

—¡He dicho que vamos bien!

—Qué contento está todo el mundo —comentó Oscar.

—¿Tú solo te despiertas para decir tonterías? —intervino Marco, todavía de mal humor.

—Diría que esa es mi función en la vida, sí.

Justo en ese momento, vi que nos acercábamos a un semáforo en rojo. Miré de reojo a Jane, muy segura, pero la seguridad empezó a disiparse en cuanto me di cuenta de que no estaba frenando.

—Eh... ¿Jane? —murmuré.

—¡¿Qué?!

—Un semáforo rojo quiere decir que frenes, ¿no?

—¡Claro que sí!

—Pueeees...

No hizo falta que terminara de decirlo, porque lo divisó justo en ese momento. Jane abrió mucho los ojos, soltó una palabrota y, acto seguido, pisó el pedal del freno con todas sus fuerzas.

¿Hace falta que recuerde que la mitad del coche iba sin el cinturón puesto?

Diversión asegurada.

Yo tuve suerte —bastante relativa—, porque tenía a Víctor delante. Se sujetó al asiento con una mano y con la otra me retuvo contra el asiento, así que no me hice daño.

Los demás, en cambio...

Oscar reaccionó a tiempo y se sujetó a mi asiento, pero Eddie se despistó y terminó estampándose en el de delante. Escuché su gemido de dolor. Y fue seguido del chillido de Tad que, con tal de no salir disparado, se aferró con fuerza a lo primero que encontró... que resultó ser Marco.

Las luces de febrero #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora