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Parte 2.

En los siguientes días, Erik no volvió a invitarlo a jugar ajedrez y lucia extremadamente apurado cuando le dejaba la comida, que también descendió en elaboración, como si Erik no tuviera tiempo. Charles intento no preguntarse que estaba sucediendo allí fuera para no desesperar, sin conseguirlo demasiado. Por lo que la sabia, podía haberse desatado la tercera guerra mundial.

Un día, Charles despertó y vio en su mesa de luz una bandeja rebosante de comida, más de lo que comía en un solo almuerzo, lo que debía significar que Erik no estaría allí durante la cena o al menos no tenía tiempo para volver a alimentarlo. Y junto a la jarra de agua, reposaba un libro.

Para Charles aquello equivalía a una fortuna. Siempre habia sido propenso a la lectura y en su situación, hubiera matado por conseguir un libro y al parecer, Erik habia notado las miradas anhelantes a los libros de la biblioteca. Puede que Romeo y Julieta no fuera la lectura favorita de Charles, pero en ese momento Shakespeare le pareció más hermoso que nunca antes.
 

Erik continúo dejándole libros cuando no lo veía, durante la noche, como si lo avergonzara el gesto amable. Charles amablemente no lo menciono y siguió matando el tiempo con los libros que Erik debajo en su mesa de luz.
Quizás no mencionarlo fue la decisión correcta, porque unos días después, Erik lo invito a jugar ajedrez de nuevo y después de dos reñidas partidas, antes de que salieran, aparto la mirada, ligeramente avergonzado, para añadir en voz baja.

—Puedes escoger los que quieras—Dijo en voz baja, señalando las estanterías, fingiendo mirar los libros atentamente.

—Erik—Susurro Charles. Cuando Erik lo miro, sorprendido, le sostuvo la mirada—. Gracias.

Charles rio por lo bajo al notar como refunfuñaba, avergonzado y cargo cuatro libro sobre su regazo, que Erik le alcanzo servicialmente cuando los señalo.

 
El tiempo pareció pasar más rápido ahora que tenia los libros para distraerse y las horas parecían pasar con mayor prisa, no como antes, que Charles sentía que las horas pasaban lentamente, alargándose y haciéndose infinitas. Era casi como sentirse en paz, aunque añorara terriblemente a Raven, Hank y sus alumnos y lo matara la culpa por no poder informarles de la situación. Quizás ellos imaginaban que la Hermandad se dedicaba a torturar a Charles, cuando este era tratado con relativa amabilidad, si no contaba que realmente no tenía libertad.

Charles extrañaba a sus alumnos más pequeños, a los niños que les gustaba arremolinarse en torno a su silla, pidiéndole que les contara cuentos. En ese sentido, Charles era mucho más maternal que Raven, que aunque los protegía fieramente, no habia desarrollado el famoso instinto maternal. Hank, por su parte, era amable con los niños, pero se tornaba sobreprotector.

Eran una pequeña y extraña familia de mutantes, pero una familia, al fin y al cabo. Charles se preguntaba si Erik también tendría ese sentimiento de unidad con su Hermandad. Si fuera de esa manera, quizás, en un futuro, pudieran lograr respetar los ideales de ambos y unir a todos los mutantes, pero al son de paz. Actualmente, no creía que lograran convivir.

 
Charles nunca intento abrir la puerta de su habitación, dando por hecho que estaba cerrada, hasta el día en el que repentinamente, en medio de lo que suponía seria la tarde, aunque Erik nunca le habia llevado el almuerzo, oyó un golpe en la planta baja, un gemido ahogado y a continuación pasos por las escaleras, seguidos por un golpe seco en lo que parecía ser el pasillo.

Alarmado, Charles se acerco a la puerta rodando la silla de ruedas con rapidez y pego un oído a la puerta. No se volvió a oír ningún sonido fuera de lo normal, pero este mantuvo el oído aguzado por si escuchaba algo que le diera una pista de quien se encontraba allí afuera. Puede que simplemente fuera Erik, pero le extrañaba los ruidos. Generalmente, Erik era casi demasiado silencioso y Charles ni siquiera lo oía.

Aunque mis pies pudieran llevarme lejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora