Olas del mar

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Megumi finalmente leyó la última frase de aquel libro. Lo cerró y lo tiró cabreado a la cama, se sintió totalmente estafado.

“— Al final del libro, el protagonista muere ejecutado por su amada. ”

Había sido una mentira piadosa de la muchacha, quizás para burlarse de él o para estropearle un buen libro. Aunque aún con aquel falso spoiler había disfrutado leer aquellas páginas. Además, el protagonista fue amado por su alma gemela. ¿Que muerte ni que nada?

Un pensamiento tonto entró a su cabeza, ¿y si no lo había leído bien? se preguntó a sí mismo. Miró de reojo como el libro yacía cerrado encima de su cama, ¿le había faltado alguna hoja por leer? Su confusión se debía al no entender el porqué de que Saya le haya dicho aquella mentira para que leyera el libro.

Se levantó de la silla del escritorio para dejarse caer boca arriba de la cama, abrió el libro buscando el número de la última página para releer el final, pero algo impacto en su rostro.

Quejó al ver que un sobre blanco cayó en su cara, ¿desde cuándo estaba eso ahí?

Levantó su torso dejando el libro a un lado mientras miraba fijamente el sobre que parecía ser alguna carta. Estaba seguro que su pertenencia nunca había albergado una carta, ni el autor hacía cartas. Entonces, ¿quién lo había puesto?

Extrañado cogió el papel con sus cálidas manos observándolo de todos los lados para comprobar si tenía algún nombre, pero nada. Con inocencia miró de reojo a la puerta de su cuarto como sí aquel sobre se tratara de un secreto del gobierno, lo que menos le gustaría es que Satoru entrara y empezara a ojear todas sus cosas. Con rareza abrió el sobre y sacó un papel rosado doblado.

Al instante supo de quién era, ya que aquel olor característico de canela solamente lo había captado en Saya.

Su cuerpo empezó a sentirse extraño, un golpe en el pecho de Fushiguro apareció causándole un sudor frío. Elevó su brazo para agarrarse de la camisa con fuerza intentando tontamente evitar que su corazón traspasara su cuerpo y abriera la carta. Respiró profundamente, no entendía aquellas pulsaciones rápidas ni el sudor de sus manos.

Abrió el papel para encontrarse un corto texto de pocas líneas.

“ Perdón por lo que ocurrió en primaria, fue una estupidez de niños. Espero que no me guardes rencor, pero si me lo guardas estaré esperándote con los puños cerrados.

Es broma. Creo.

Saya. ”

Siendo sincero, le había costado leer la carta ya que su letra no era ni clara ni limpia y habían algunos manchones. Lo único que le había salido bien era un gato cabreado que dibujo en la esquina de la carta. Sin duda, tenía claras evidencias de ser una gran médico por aquella letra. Leyendo de nuevo notó como una frase estaba manchada de tipex, la muchacha la había intentado borrar y se notaba bastante.  La curiosidad brotó en él, ¿que habrá querido decir en esa frase?

Dos golpes secos se escuchó en la puerta de madera. Alguien estaba llamando a la puerta.

A Fushiguro le entró al segundo el nerviosismo, miró hacia la carta para luego mirar a fondo toda la habitación buscando donde poder esconderla. ¿Porqué la quería esconder? Con rapidez mientras la puerta iba abriéndose el muchacho escondió la carta debajo de la almohada.

— Como no contestabas pensaba que había entrado un ornitorrinco y te había arrancado los órganos. —bromeó un hombre alto de cabellos blanquecinos.— ¿Qué estabas haciendo?

Gojo Satoru entró sin vergüenza al cuarto, al menos ya había aprendido a tocar la puerta ya que solía entrar sin avisar.

Un aura de nervios que se desprendía del de cabellos alborotados le invadió al mayor, aunque Megumi no fuera su hijo ni él fuera un padre sintió un sentido arácnido recorrer todo su cuerpo avisándole que algo le estaba ocultando. Fushiguro no solía compartir sus emociones de muy en vez en cuando, solamente cuando necesitaba opinión de alguien de mucha confianza como Satoru o su grupo de amigos. Así su padrastro consiguió un sexto sentido que le avisaba cuando las cosas no iban normal como siempre.

— ¿Pasó algo? —preguntó Megumi, por fin parecía estar tranquilo.

— Nada, nada. Mañana tienes clases y es tarde, me pareció raro que tuvieras la lámpara encendida.—cuestionó, sus ojos cristalinos dejaron de enfocarse en el joven para enfocarse en la habitación buscando algo nuevo.— ¿Porqué esa cara?

— ¿Qué cara?

— La de pocos amigos pero con las mejillas rojas. —respondió con una pequeña sonrisa, su sentido había comenzado a florecer.

— Hace frío, llevo todo el día así. —justificó el menor sin quitarle la mirada, sabía que si miraba para otro lado quizás se le notaba la mentira.

— Ajá... ¡Pues a dormir! Los chicos inteligentes se acuestan temprano. —su tono de voz había cambiado al de siempre. Megumi resopló por dentro, no le había preguntado nada raro.—Y los chicos guapos como yo se van a ver una serie. Tú acostado. Venga, venga.

Fushiguro entrecerró los ojos, ya había vuelto a ser el mismo Satoru de siempre con aquel ego tan inmenso que tenía. Pero aquel carácter y personalidad única de él le hacía sentir que estaba en casa, una sensación cálida y de comodidad además de confianza.

— Buenas noches, Satoru.

— Buenas noches a las chicas guapas de este mundo. ¡Ellas sí valen la pena! —contestó guiñándole el ojo para acto seguido irse cerrando por una vez la puerta.

Una de las maneras que tenía Gojo para que Fushiguro se levantara de la cama era dejando la puerta media abierta. Esta técnica la utilizaba cuando sabía que Fushiguro no iba a salir de la habitación y se iba a quedar encerrado todo el día, haciendo que este se levante y al menos despierte un poco.

Lo conocía muy bien, tan bien que ya se había dado cuenta que había guardado algo debajo de su almohada. Solo pidió que fuera un manga de chicas lindas, ya que Fushiguro nunca había mostrado ningún interés hacia nada. Razón segunda por la que cerró la puerta.

Megumi dejó pasar unos segundos y sacó lentamente la carta pensando en dónde la podría guardar. ¿Debía decirle a sus amigos lo que había pasado? Un sentimiento en su cabeza le contestó un no rotundo, sonaría tan estúpido que una muchacha de su clase le haya enviado una carta que seguramente le estarían diciendo tonterías durante una semana. Pero un sentimiento en su pecho quería compartirlo con ellos, no sabía muy bien porqué pero decidió guardarselo para sí mismo.

Leyó nuevamente para acabar en aquella frase manchada de tipex.

Nunca lo sabré, pensó.

Pero cuando fue a dejar la carta en la mesilla de noche, un rayo de luz le iluminó el camino literalmente. La luz de la lámpara enfocó a la hoja pudiendo ver la tinta negra escondida detrás de aquella mancha blanca.

Sus ojos se abrieron a la par y una cara de confusión junto a un pequeño sonrojo apareció en su rostro al leer la frase.

“Tus pestañas me recuerdan a las olas del mar, son bonitas.”

Canela || Megumi FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora