Descuido

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Después de un mes de clase las cosas no habían cambiado en absoluto, Saya estaba enfocada en su nuevo grupo convirtiéndose poco a poco en alguien que estaba en la boca de varios al ser la nueva. Megumi seguía con los de siempre, él nunca les contó en esos días que había conocido anteriormente a la muchacha poniendo la excusa de que no se lo habían preguntado.

Y al que menos tenía pensado contárselo era a Satoru, quién hace años había tenido una gran curiosidad por ver a la cría que pegó a Fushiguro. Durante meses estuvo con bromas que hartaron al menor e hizo que tuviera más rencor sobre la chica.

Sin embargo, todo cambió el día en que por un olvido del pelinegro le hizo volver al aula.

— Les juro que este sitio es buenísimo para ir a comer y tampoco está lejos. —comentaba una y otra vez Itadori, llevaba diez minutos intentando convencer a sus amigos de ir a un restaurante de comida mexicana.

— ¿Pero porqué tienes tantas ganas de ir a un mexicano? —preguntó finalmente Nobara.

— ¡Por qué nunca he ido a uno! Por favor, cumplan mi capricho o moriré...

— Quejica. —llamó Fushiguro mientras movía los libros de su bolso buscando uno que no veía.— Oigan, ¿Tienen algún libro mío?

Sus dos compañeros buscaron en sus respectivas mochilas para al cabo de unos segundos negar con la cabeza y oír al unísono un resoplido del de cabellos azabaches. Les pidió que le esperaran en la salida de la preparatoria recibiendo una queja de Kugisaki quién tenía ganas de ir a su casa a almorzar, Itadori solo asintió sonriendo.

Fue con poca prisa ya que tampoco quería empezar a correr por los pasillos aún estando casi vacíos, ya que aún había una pizca de gente charlando entre ellos. Caminó hasta el segundo piso y fue directo a su aula que al verla de lejos adivinó que estaba abierta todavía.

Pero cuando iba a girar su cuerpo para por fin entrar a la clase alguien lo hizo parar de inmediato al sentir aquella mirada arbolada.
Bajó sus focos marinos para ver qué quién le había cortado el paso era la misma persona que le había dejado herido hace años y quién no le estaba dejando estar tranquilo en las clases al sentir su presencia abrumadora.

Su libro estaba en sus manos.

—Me tocó limpiar hoy. —habló la mujer acercando su brazo al contrario.— Te lo dejaste.

Megumi sintió un nudo en el estómago y dentro de su boca todas las palabras del abecedario querían salir aún no teniendo orden ni sentido alguno. Siendo sinceros, él se esperaba otra cosa totalmente distinta a ella. Su tono era relajado y calmado, no parecía guardar ningún cabreo ni asco hacia él. Entonces pensó ¿Por qué debería tener ese odio hacia Fushiguro? Fue una tontería de críos, seguro que ni se acordaba la joven.

Echó una ojeada rápida al aula viendo que la había dejado totalmente ordenada, no lo había hecho sola al principio ya que sus compañeros la habían ayudado pero ella decidió finalmente darle un toque más limpio y más agradable a la vista.

Megumi fue a coger el libro intentando no hacer contacto visual con la contraria porque no era necesario ni él quería. Pero de repente el repentino alejamiento de Saya con el brazo le hizo mirarla extrañado al ver que le había quitado de las manos un objeto suyo.

— ¿Qué haces? —preguntó confuso arqueando la ceja.

— Quiero que te disculpes.

Fushiguro abrió los ojos sorprendido sin entender a dónde iba a ir la conversación, pero tenía que contestar para que le diera de una vez por todas su objeto apreciado.

— No te voy a pedir perdón por dejarme el libro en clase.

Saya sonrió pensando en lo confuso que debería estar él y lo gracioso que le había sido escuchar aquella orgullosa contestación.

Canela || Megumi FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora